Los corceles me arrastran, tan lejos como el ánimo anhela
me llevaron. Y una vez que en el renombrado camino
de la Diosa me hubieron puesto, que lleva al varón sapiente a través de los poblados,
por allí me condujeron. Por allí me llevaban los hábiles corceles
tirando del carruaje; las doncellas indicaban el camino.
En los cubos del eje con estridente sonido rechinaban
ardiendo (acelerado por dos vertiginosas
ruedas, de ambos lados) cuando se apresuraban a escoltar
las doncellas Helíadas, abandonadas ya las moradas de la noche
hacia la luz, habiendo con sus manos los velos de la cabeza retirado.
Allí [están] las puestas de los senderos de la noche y del día
y en torno a ellas, dintel y umbral de piedra,
y ellas mismas, etéreas, cerradas por inmensas batientes hojas
de las que Dike, la de los múltiples castigos, las llaves guarda de doble uso.
Le hablaron las doncellas con blandas palabras
y sabiamente persuadieron a que el enclavijado cerrojo
prontamente de las puertas les quitase. Y éstas de la entrada
el inmenso abismo produjeron al abrirse. Los broncíneos
postes en sus goznes uno tras otro giraron
de clavijas y pernos guarnecidos. Y a través de las puertas,
derecho por el camino, carro y caballos las doncellas condujeron.
Y la diosa benevolente me recibió; con su mano
mi mano derecha cogiendo, con estas palabras a mi se dirigió:
Mancebo, de auriga inmortales compañero compañero,
que con sus caballos que te traen , a nuestra morada llegas,
¡salud!, que no una mala moira te envió a seguir
este camino (pues fuera del sendero de los humanos está),
sino Themis y Dike.
y ellas mismas, etéreas, cerradas por inmensas batientes hojas
de las que Dike, la de los múltiples castigos, las llaves guarda de doble uso.
Le hablaron las doncellas con blandas palabras
y sabiamente persuadieron a que el enclavijado cerrojo
prontamente de las puertas les quitase. Y éstas de la entrada
el inmenso abismo produjeron al abrirse. Los broncíneos
postes en sus goznes uno tras otro giraron
de clavijas y pernos guarnecidos. Y a través de las puertas,
derecho por el camino, carro y caballos las doncellas condujeron.
Y la diosa benevolente me recibió; con su mano
mi mano derecha cogiendo, con estas palabras a mi se dirigió:
Mancebo, de auriga inmortales compañero compañero,
que con sus caballos que te traen , a nuestra morada llegas,
¡salud!, que no una mala moira te envió a seguir
este camino (pues fuera del sendero de los humanos está),
sino Themis y Dike.
Parménides
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