ÍTACA,
HEPTANESOS – ISLAS JÓNICAS
¡Ojalá las encrespadas aguas hubieran sumergido al
adúltero[1]
cuando navegaba con su flota rumbo a Lacedemonia! No me hubiera acostado yo,
helada, en lecho sin compañía, no me quejaría en mi abandono del lento correr
de los días, ni fatigaría mis manos de viuda en lienzo colgante, mientras
intento engañar con él las horas largas de la noche[2].
Cosa es el amor llena de temor angustioso. Imaginaba que los troyanos violentos
iban a ir contra ti. Al oír el nombre de Héctor[3],
palidecía siempre. En suma, siempre que alguien era degollado en el campamento
aqueo, mi corazón de amante se ponía más
frío que el hielo.
Pero la divinidad justa tuvo buen cuidado de mi casto
amor. Troya se ha convertido en cenizas, escapando sano y salvo mi marido.
Tú, sin embargo, a pesar de la victoria, permaneces
lejos y no me es dado saber cuál es la causa de tu retraso o en que rincón,
¡oh, más duro que el hierro!, te escondes.
¿Qué tierras habitas o dónde te demoras lejos de
nosotros? No sé qué temer; aun así lo temo todo. Todos los peligros del mar,
todos los de la tierra, sospecho, son motivos de tu larga tardanza, o acaso,
¿seas cautivo de un amor extranjero? ¡Ojalá me equivoque y esta acusación se
desvanezca en los aires ligeros! ¡Ojalá no sea tu deseo el de estar lejos,
pudiendo regresar! Todo el que dirige su popa extranjeras hacia estas costas,
se marcha de aquí no sin antes haberle hecho yo muchas preguntas sobre tu
persona. Y se le entrega un papel, escrito con estos mis dedos, para que, a su
vez, te lo entregue a ti, si te viera en
algún lugar[4].
Mi padre Icario me insta a dejar el lecho de viuda e
increpa constantemente mi prolongada tardanza. ¡Que siga increpándome, si
quiere!, yo, Penélope, siempre seré la esposa de Ulises. Pretendientes de
Duliquio y Samos, corren en mi busca y dan órdenes en tu palacio sin que nadie
se los impida[5],
destrozan mis entrañas y tus riquezas. Pero Laertes, ya inútil para las armas,
no puede mantener tu reino en medio de enemigos, y tampoco yo tengo fuerzas
para expulsar del palacio a nuestros enemigos. Apresúrate tú, puerto y altar de
los tuyos. Piensa en Laertes: está aplazando el último día de su destino para
que, cuando llegues, le cierres los ojos. Tuya soy…
Penélope.
Editado
de: Heroidas de Publio Ovidio Nasón.
Alianza Editorial, Madrid 1994.
Introducción,
traducción y notas: Vicente Cristóbal.
[1] Paris, raptor de Helena, casada con
Menelao.
[2] Es el famoso sudario de Laertes que
Penélope tejía de día y destejía de noche para alargar su espera y engañar así
a los pretendientes, pues había prometido elegir marido de entre ellos
terminara de tejerlo.
[4]
Ovidio se preocupa de la verosimilitud. Resultaría absurdo presentarnos a
Penélope escribiendo una carta a
Ulises, si no sabía su paradero.
[5] Los
pretendientes de Penélope procedían de las islas cercanas.
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