SENTIDO DEL VIAJE

"... A menos que esté fija, destinada a la repetición perpetua, la vida es movimiento, desplazamientos; sobre todo con la época actual, en que la aceleración de los cambios nos pone frente a los ojos de un mundo constantemente remodelado que obliga a redefinirse sin descanso el lugar que uno ocupa en él, los puntos de referencia que le dan sentido". Michele Pétit.

domingo, 13 de octubre de 2013

ELECTRA EN LA NIEBLA (1)

En la niebla marina voy perdida,
yo, Electra, tanteando mis vestidos
y el rostro que en horas fui mudada.
Ahora sólo soy la que ha matado.
Será tal vez a causa de la niebla
que así me nombro por reconocerme.

Quise ver muerto al que mató y lo he visto
o no fue él lo que vi, que fue la Muerte.
Ya no me importa lo que me importaba.
Ya ella no respira el mar Egeo.
Ya está más muda que piedra rodada. (2)
Ya no hace el bien ni el mal. Está sin obras.
Ni me nombra ni me ama ni me odia.
Era mi madre, y yo era su leche,
nada más que su leche vuelta sangre.
Sólo su leche y su perfil,
marchando o dormida.
Camino libre sin oír su grito,
que me devuelve y sin oír sus voces,
pero ella no camina, está tendida.
Y la vuelan en vano sus palabras,
sus ademanes, su nombre y su risa,
mientras que yo y Orestes caminamos
tierra de Hélade Ática, suya y de nosotros.
Y cuando Orestes sestee a mi lado (3)
la mejilla sumida, el ojo oscuro,
veré que, como en mí, corren su cuerpo
las manos de ella que lo enmalletaron
y que la nombra con sus cuatro sílabas
que no se rompen y no se deshacen.
Porque se lo dijimos en el alba
y en el anochecer y el duro nombre
vive sin ella por más que esté muerta.
Y a cada vez que los dos nos miremos,
caerá su nombre como cae el fruto
resbalando en guiones de silencio.

Sólo a Ifigenia y al amante amaba
por angostura de su pecho frío.
Y a mí y a Orestes nos dejó sin besos,
sin tejer nuestros dedos con los suyos.
Orestes, no te sé rumbo y camino.
Si esta noche estuvieras a mi lado,
oiría yo tu alma, tú la mía.

Esta niebla salada borra todo
lo que habla y endulza al pasajero:
rutas, puentes, pueblos, árboles.
No hay semblante que mire y reconozca
no más la niebla de mano insistente
que el rostro nos recorre y los costados.

A dónde vamos yendo, los huidos,
si el largo nombre recorre la boca
o cae y se retarda sobre el pecho
como el hálito de ella, y sus facciones,
que vuelan disueltas, acaso buscándome.

El habla, niña nos vuelve y resbala
por nuestros cuerpos, Orestes, mi hermano,
y los juegos pueriles, y tu acento.
Husmea mi camino y ven, Orestes.
Está la noche acribillada de ella,
abierta de ella, y viviente de ella.
Parece que no tiene palabra
ni otro viajero, ni otro santo y seña.
Pero en llegando el día, ha de dejarnos.
¿Por qué no duerme al lado del Egisto. (4)
Será que pende siempre de su seno
la leche que nos dio será eso eterno
y será que esta sal que trae el viento
no es del aire marino, es de su leche?

Apresúrate, Orestes, ya que seremos
dos siempre, dos, como manos cogidas
o los pies corredores de la tórtola huida.
No dejes que yo marche en esta noche
rumbo al desierto y tanteando en la niebla.

Yo no quiero saber, pero quisiera
saberlo todo de tu boca misma,
cómo cayó, qué dijo dando del grito
y si te dio maldición o te bendijo.

Espérame en el cruce del camino
en donde hay piedras lajas y unas matas
de menta y de romero, que confortan.

Porque ella -tú la oyes- ella llama,
y siempre va a llamar, y es preferible
morir los dos sin que nadie nos vea
de puñal, Orestes, y morir de propia muerte.
-El Dios que te movió nos dé esta gracia.
-Y las tres gracias que a mí me movieron.
-Están como medidos los alientos.
-Donde los dos se rompan pararemos.*
La niebla tiene pliegues de sudario
dulce en el palpo, en la boca salobre,
y volverás a ir al canto mío.*
Siempre viviste lo que yo vivía
por otro atajo irás y al lado mío.
Tal vez la niebla es tu aliento y mis pasos
los tuyos son por desnudos y heridos.
Pero ¿por qué tan callado caminas
y vas a mi costado sin palabra?

El paso enfermo y el perfil humoso,
si por ser uno lo mismo quisimos
y cumplimos lo mismo y nos llamamos
Electra-Oreste, yo, tú, Oreste-Electra.
O yo soy niebla que corre sin verse
o tú niebla que corre sin saberse.
-Pare yo porque puedas detenerte
o yo me tumbe, para detenerte con mi cuerpo tu carrera,*
tal vez todo fue sueño de nosotros
adentro de la niebla amoratada,
befa de la niebla que vuela sin sentido.
Pero marchar me rinde y necesito
romper la niebla o que me rompa ella.
Si alma los dos tuvimos, que nuestra alma
-siga marchando y que nos abandone.
-Ella es quien va pasando y no la niebla.
Era una sola en un solo palacio
y ahora es niebla-albatros, niebla-barco.
Y aunque mató y fue muerta ella camina
más ágil y ligera que en su cuerpo
así es que nos rendimos sin rendirla.
Orestes, hermano, te has dormido
caminando o de nada te acuerdas
que no respondes.
O yo nunca nací, sólo
he soñado padre, madre, y un héroe,
una casa, la fuente Dircea y Ágora.
No es cuerpo el que llegó,
ni potencias.

Gabriela Mistral


Notas

(1) En el original, Gabriela Mistral anota: "Comienzo" y aprueba el texto.

(2) "Ya está más muda que piedra rodada", "Ya está más quieta que piedra rodada".

(3) "Y cuando Orestes sestee a mi lado", "Y cuando Orestes sestee a mi costado".
(4) "Por qué no duerme al lado del Egisto", "Por qué no duerme su noche con Egisto"..

miércoles, 9 de octubre de 2013

EL SILENCIO DE LAS SIRENAS - Franz Kafka

Existen métodos insuficientes, casi pueriles, que también pueden servir para la salvación. He aquí la prueba:

Para protegerse del canto de las sirenas, Ulises tapó sus oídos con cera y se hizo encadenar al mástil de la nave. Aunque todo el mundo sabía que este recurso era ineficaz, muchos navegantes podían haber hecho lo mismo, excepto aquellos que eran atraídos por las sirenas ya desde lejos. El canto de las sirenas lo traspasaba todo, la pasión de los seducidos habría hecho saltar prisiones más fuertes que mástiles y cadenas. Ulises no pensó en eso, si bien quizá alguna vez, algo había llegado a sus oídos. Se confió por completo en aquel puñado de cera y en el manojo de cadenas. Contento con sus pequeñas estratagemas, navegó en pos de las sirenas con alegría inocente.

Sin embargo, las sirenas poseen un arma mucho más terrible que el canto: su silencio. No sucedió en realidad, pero es probable que alguien se hubiera salvado alguna vez de sus cantos, aunque nunca de su silencio. Ningún sentimiento terreno puede equipararse a la vanidad de haberlas vencido mediante las propias fuerzas.

File:WATERHOUSE - Ulises y las Sirenas (National Gallery of Victoria, Melbourne, 1891. Óleo sobre lienzo, 100.6 x 202 cm).jpg
J. W. Waterhouse, 1891.
En efecto, las terribles seductoras no cantaron cuando pasó Ulises; tal vez porque creyeron que a aquel enemigo sólo podía herirlo el silencio, tal vez porque el espectáculo de felicidad en el rostro de Ulises, quien sólo pensaba en ceras y cadenas, les hizo olvidar toda canción.

Ulises (para expresarlo de alguna manera) no oyó el silencio. Estaba convencido de que ellas cantaban y que sólo él estaba a salvo. Fugazmente, vio primero las curvas de sus cuellos, la respiración profunda, los ojos llenos de lágrimas, los labios entreabiertos. Creía que todo era parte de la melodía que fluía sorda en torno de él. El espectáculo comenzó a desvanecerse pronto; las sirenas se esfumaron de su horizonte personal, y precisamente cuando se hallaba más próximo, ya no supo más acerca de ellas.

Y ellas, más hermosas que nunca, se estiraban, se contoneaban. Desplegaban sus húmedas cabelleras al viento, abrían sus garras acariciando la roca. Ya no pretendían seducir, tan sólo querían atrapar por un momento más el fulgor de los grandes ojos de Ulises.

Si las sirenas hubieran tenido conciencia, habrían desaparecido aquel día. Pero ellas permanecieron y Ulises escapó.

La tradición añade un comentario a la historia. Se dice que Ulises era tan astuto, tan ladino, que incluso los dioses del destino eran incapaces de penetrar en su fuero interno. Por más que esto sea inconcebible para la mente humana, tal vez Ulises supo del silencio de las sirenas y tan sólo representó tamaña farsa para ellas y para los dioses, en cierta manera a modo de escudo.

Franz Kafka

domingo, 6 de octubre de 2013

POEMA DEL SER

Proemio

FRAGMENTO 1

Los corceles me arrastran, tan lejos como el ánimo anhela
me llevaron. Y una vez que en el renombrado camino
de la Diosa me hubieron puesto, que lleva al varón sapiente a través de los poblados,
por allí me condujeron. Por allí me llevaban los hábiles corceles
tirando del carruaje; las doncellas indicaban el camino.
En los cubos del eje con estridente sonido rechinaban
ardiendo (acelerado por dos vertiginosas
ruedas, de ambos lados) cuando se apresuraban a escoltar
las doncellas Helíadas, abandonadas ya las moradas de la noche
hacia la luz, habiendo con sus manos los velos de la cabeza retirado.
Allí [están] las puestas de los senderos de la noche y del día
y en torno a ellas, dintel y umbral de piedra,
y ellas mismas, etéreas, cerradas por inmensas batientes hojas
de las que Dike, la de los múltiples castigos, las llaves guarda de doble uso.
Le hablaron las doncellas con blandas palabras
y sabiamente persuadieron a que el enclavijado cerrojo
prontamente de las puertas les quitase. Y éstas de la entrada
el inmenso abismo produjeron al abrirse. Los broncíneos
postes en sus goznes uno tras otro giraron
de clavijas y pernos guarnecidos. Y a través de las puertas,
derecho por el camino, carro y caballos las doncellas condujeron.
Y la diosa benevolente me recibió; con su mano
mi mano derecha cogiendo, con estas palabras a mi se dirigió: 
Mancebo, de auriga inmortales compañero compañero,
que con sus caballos que te traen , a nuestra morada llegas,
¡salud!, que no una mala moira te envió a seguir
este camino (pues fuera del sendero de los humanos está),
sino Themis y Dike.
Parménides

PEGASO

Cuando iba yo a montar ese caballo rudo
y tembloroso, dije: «La vida es pura y bella».
Entre sus cejas vivas vi brillar una estrella.
El cielo estaba azul y yo estaba desnudo.

Sobre mi frente Apolo hizo brillar su escudo
y de Belerofonte logré seguir la huella.
Toda cima es ilustre si Pegaso la sella,
y yo, fuerte, he subido donde Pegaso pudo.

¡Yo soy el caballero de la humana energía,
yo soy el que presenta su cabeza triunfante
coronada con el laurel del Rey del día;

domador del corcel de cascos de diamante,
voy en un gran volar, con la aurora por guía,
adelante en el vasto azur, siempre adelante!


Rubén Darío

LEDA

El cisne en la sombra parece de nieve; 
su pico es de ámbar, del alba al trasluz;
el suave crepúsculo que pasa tan breve
las cándidas alas sonrosa de luz.

Y luego, en las ondas del lago azulado,
después que la aurora perdió se arrebol,
las alas tendidas y el cuello enarcado,
el cisne es de plata, bañado de sol.

Tal es, cuando esponja las plumas de seda,
olímpico pájaro herido de amor,
y viola en las linfas sonoras a Leda,
buscando su pico los labios en flor.

Suspira la bella desnuda y vencida,
y en tanto que al aire sus quejas se van,
del fondo verdoso de fronda tupida
chispean turbados los ojos de Pan.



Rubén Darío


ANTE PALACIO

Penélope,
continúo esperando tu decisión.

He venido de lejanas tierras donde florece el trigo y la miel.
Desde allá he traído estos presentes.
Acepta este collar, estos pendientes, estas pulseras;
oro y perlas para ataviar tus movimientos.

Tenme presente entre estos cientos y hazme primero.
Mira que no he alborotado tu casa
en el aprestamiento de mi corazón
que busca, en desvelo, amor.

Concédeme ésta, tu virtud de la primera boda,
tu amor resguardado.

Acepta mis presentes. Yo esperaré tu decisión.
Estaré aquí aunque hacia mis barcas
sople el viento contrario.

He aquí viene la aurora de rosáceos dedos
a menguarte los días.
No te escabullas en ese tejido.
Cualquiera arco tensaré para traspasar
el límite de tu corazón.

¡Oh, bella Penélope!
¡La más radiante de los hijos de los aqueos!
Iré a buscar el anillo de la promesa
y a organizar el festín
mientras lo decides con tus nobles consejeros.

Andrés Giraldo Balcázar


CARTA DE PENÉLOPE A ULISES

ÍTACA, HEPTANESOS – ISLAS JÓNICAS


Estas líneas te las envía tu esposa Penélope a ti, Ulises, que tanto tardas. Pero no me escribas ninguna respuesta, ven tú en persona.

¡Ojalá las encrespadas aguas hubieran sumergido al adúltero[1] cuando navegaba con su flota rumbo a Lacedemonia! No me hubiera acostado yo, helada, en lecho sin compañía, no me quejaría en mi abandono del lento correr de los días, ni fatigaría mis manos de viuda en lienzo colgante, mientras intento engañar con él las horas largas de la noche[2]. Cosa es el amor llena de temor angustioso. Imaginaba que los troyanos violentos iban a ir contra ti. Al oír el nombre de Héctor[3], palidecía siempre. En suma, siempre que alguien era degollado en el campamento aqueo, mi  corazón de amante se ponía más frío que el hielo.

Pero la divinidad justa tuvo buen cuidado de mi casto amor. Troya se ha convertido en cenizas, escapando sano y salvo mi marido.

Tú, sin embargo, a pesar de la victoria, permaneces lejos y no me es dado saber cuál es la causa de tu retraso o en que rincón, ¡oh, más duro que el hierro!, te escondes.

¿Qué tierras habitas o dónde te demoras lejos de nosotros? No sé qué temer; aun así lo temo todo. Todos los peligros del mar, todos los de la tierra, sospecho, son motivos de tu larga tardanza, o acaso, ¿seas cautivo de un amor extranjero? ¡Ojalá me equivoque y esta acusación se desvanezca en los aires ligeros! ¡Ojalá no sea tu deseo el de estar lejos, pudiendo regresar! Todo el que dirige su popa extranjeras hacia estas costas, se marcha de aquí no sin antes haberle hecho yo muchas preguntas sobre tu persona. Y se le entrega un papel, escrito con estos mis dedos, para que, a su vez, te lo entregue a ti,  si te viera en algún lugar[4].

Mi padre Icario me insta a dejar el lecho de viuda e increpa constantemente mi prolongada tardanza. ¡Que siga increpándome, si quiere!, yo, Penélope, siempre seré la esposa de Ulises. Pretendientes de Duliquio y Samos, corren en mi busca y dan órdenes en tu palacio sin que nadie se los impida[5], destrozan mis entrañas y tus riquezas. Pero Laertes, ya inútil para las armas, no puede mantener tu reino en medio de enemigos, y tampoco yo tengo fuerzas para expulsar del palacio a nuestros enemigos. Apresúrate tú, puerto y altar de los tuyos. Piensa en Laertes: está aplazando el último día de su destino para que, cuando llegues, le cierres los ojos. Tuya soy…
Penélope.    

Editado de: Heroidas de Publio Ovidio Nasón.
         Alianza Editorial, Madrid 1994.
Introducción, traducción y notas: Vicente Cristóbal.




[1] Paris, raptor de Helena, casada con Menelao.
[2] Es el famoso sudario de Laertes que Penélope tejía de día y destejía de noche para alargar su espera y engañar así a los pretendientes, pues había prometido elegir marido de entre ellos terminara de tejerlo.
[3] El hijo de  Príamo, principal baluarte de los troyanos.
[4] Ovidio se preocupa de la verosimilitud. Resultaría absurdo presentarnos a Penélope escribiendo una carta a Ulises, si no sabía su paradero.
[5] Los pretendientes de Penélope procedían de las islas cercanas.

CIRCE

<<No hay sueños en mí, Ulises. No proyecto sombra sobre cosa alguna. El mundo es como una rueda radiante que comienza a girar cada mañana cuando abro los ojos. ¡Es todo tan sencillo! Un pájaro atraviesa el cielo: vuela, nada más. Una herramienta es brillante y dura: ha sido hecha por el ingenio. El mar está siempre despierto; las piedras duermen siempre. Yo no sueño, Ulises: cuento: una brizna, las estrellas, el aroma del heno, la lluvia, los árboles. Y como no quiero repetir nada, a nada le pido permanencia. La vida es como el agua: tócala con la mano abierta y la sentirás vivir, siempre igual en su fuga. Pero si aprietas la mano para cogerla, la pierdes. Mucha gente ha pasado, de muchas leyes y distintos países, por esta casa a orillas del mar. Y en cada uno la felicidad tenía un nombre diferente; pero se trataba siempre de alguna vieja y arrugada historia que llevaban a cuestas. ¡Quédate, Ulises!>>


Agustí Bartra 

PERSEO VENCIDO (Madrigal por Medusa)

No me sueltes los ojos astillados,
se me dispersarían sin la cárcel
de hallar tu mano al rehuir tu frente,
dispersos en la prisa de salvarme.

Embelesado el pulso, como noche
feliz cuyos minutos no contamos,
que es noche nada más, amor dormido,
dolor bisiesto emparedado en años.

Cante el pez sitibundo, preso en redes
de algas en tus cabellos serpentinos,
pero su voz se hiele en tu garganta
y no rompa mi muerte con su grito.

Déjame así, de estatua de mí mismo,
la cabeza que no corté, en la mano,
la espada sin honor, perdido todo
lo que gané, menos el gesto huraño.

Gilberto Owen

CARTA IMAGINARIA (De Ulises a Nausica)

Vivo en un reino milenario. El cielo
pasa sobre las torres como un agua
llena de cantos. Puedo ver la luna
que rodea a los pájaros, la piedra
donde alguien escribió que todo es vano,
que el hilo de las túnicas se pierde
y no retorna nunca. Tamarindos
había que en sus hojas anunciaban
un dolor y una música a las reinas
que venían del agua más profunda.
Y había la mañana, el mediodía,
los jardines de piedra, el cactus negro.
Tengo aún en mis manos una rama
plateada por la muerte, y una historia
que habla de los que fueron. Las murallas
de la ciudad recuerdan todavía
una nave que estuvo en otra orilla
anclada por el peso de mis viajes
entre sombras, lotófagos, demonios.
Si supieras, Nausica, cómo ha sido
mi vida desde entonces: nada grata
para quien vio la flor de los granados
y la esparció en su lecho y su memoria,
mientras cantaba el ciego al que ofrecieron
una silla de cedro y una fábula.
Tú me guiaste a la ciudad, desnudo,
sólo cubierto por el mar de arena
y por hojas de luz de su hondo prado
para contar mi gloria, mi infortunio.
Te seguí, como dios que me creía,
soñando con mi isla venturosa
donde había dejado tres colores
y un patio y una vid y a mis amigos.
Pero la reina no esperó mi nave,
la soñó bajo el agua deseada,
y soñó mi esqueleto deslumbrado
por nácares y peces y penumbras
donde cae la tarde y la madera
no es sino puente de un jardín en sombra.
En su sueño me vi, rey abatido
por la espada que guardo aún oculta
para el rey extranjero. Soñé entonces
que moriría lejos de mi patria,
que no volvería a ver en los espejos
las calles de mi Itaca y el vuelo
que prepara mi arco en esa dicha
perfecta de las olas y las piedras.
Vivo en un reino milenario, es cierto,
sólo un mar de jazmines me rodea,
salgo a los bosques cuando el cielo teje
la medianoche, solo y en silencio
con mi vida; el destino no me deja
lanzar mi flecha, como yo quisiera,
al corazón del jabalí y la luna:
nunca doy en el blanco, y sólo puedo
pensar en ti, Nausica. Los feacios
jamás supieron ver en el relato
de Demódoco, el ciego, que tuvieron
en su sala de sándalo al más pobre
y más desencantado navegante.
Yo no escuché la historia de mis viajes,
pues veía en tus ojos otra historia,
y esa noche soñé con un vestido
que adoraban tus manos, y una espada.
De lo demás, Nausica, no quisiera
acordarme: la nave hecha pedazos,
los marineros muertos y un fantasma
vagando entre los pinos de la isla.
Los pinos de la isla eran tan bellos,
y ya no tengo cerca ni su sombra.
Itaca fue un jardín, y hoy sólo escucho
cantar a las serpientes; ramas duras,
endrinos y no almendros, y la piedra
donde alguien escribió que todo es vano.

Giovanni Quessep

ÍTACA

Cuando emprendas tu viaje a Ítaca
pide que el camino sea largo,
lleno de aventuras, lleno de experiencias.
no temas a los Lestrigones[1] ni a los Cíclopes,
ni al colérico Poseidón,
seres tales jamás hallarás en tu camino,
si tu pensar es elevado, si selecta
es la emoción que toca tu espíritu y tu cuerpo.
Ni a los Lestrigones ni a los Cíclopes
ni al salvaje Poseidón encontrarás,
si no lo llevas dentro de tu alma,
si no los yergue tu alma ante tí.

Pide que el camino sea largo.
Que sean muchas las mañanas de verano
en que llegues -¡con qué placer y alegría!-
a puertos antes nunca vistos.
Detente en los emporios de Fenicia[2]
y hazte con hermosas mercancías,
nácar[3] y coral[4], ámbar[5] y ébano[6]
y toda suerte de perfumes voluptuosos,
cuantos más abundantes perfumes voluptuosos puedas.
Ve a muchas ciudades egipcias
a aprender de sus sabios.

Ten siempre a Ítaca en tu pensamiento.
Tu llegada allí es tu destino.
Mas no apresures nunca el viaje.
mejor que dure muchos años
y atracar, viejo ya, en la isla,
enriquecido de cuanto ganaste en el camino
sin aguardar a que Ítaca te enriquezca.

Ítaca te brindó tan hermoso viaje.
Sin ella no habrías emprendido el camino.
Pero no tiene ya nada que darte.

Aunque la halles pobre, Ítaca no te ha engañado.
Así, sabio como te has vuelto, con tanta experiencia,
entenderás ya qué significan las Ítacas.
Constantino cavafis
(1863-1933)


[1] Hijos de Poseidón, que moraban en Sicilia, formando un pueblo de antropófagos que devoraban a todos.

[2] La antigua Fenicia era un pequeño territorio bañado por el mar Mediterráneo, surcado por el río Adonis y situado en la vertiente de la cordillera del Líbano, entre Siria y Palestina. Obligados a vivir en un reducido país que poseía fabulosos bosques y excelentes fondeaderos, los fenicios se aplicaron a construir bajeles con los que se lanzaron al mar; y guiados por su espíritu aventurero y su genio emprendedor, se dedicaron primero a la piratería y después al comercio, emprendiendo largas navegaciones que les hicieron conocer muchos países, con los que entablaron relaciones mercantiles.

[3] El nácar es una sustancia dura, blanca, brillante y con reflejos iridiscentes que forma la capa interna del caparazón de muchos moluscos.

[4] El coral es una masa calcárea de color rojo segregada por el coral, animal marino que habita en colonias y que posee un esqueleto calcáreo rojo o rosado con el que forma arrecifes.

[5] El ámbar es una sustancia dura, liviana y quebradiza. Se forma de una resina vegetal residual de algunos árboles que data de hace 25 a 40 millones de años y que con el tiempo sufrió un proceso de fosilización formando masas irregulares y extensas dentro de los estratos de arenisca y pizarras arcillosas de la edad terciaria.

[6] El ébano es un árbol de hasta 10 a 12 m. de altura. Tiene un atractivo color café oscuro con vetas negras, las cuales son predominantes y su aspecto es casi negro. Su madera valiosa se utiliza para fabricación de instrumentos de viento y de muebles finos.

ÍTACA

Un homenaje a Konstantinos Kavafis



Por esta calle se va a Ítaca
y en su rumor de voces, pasos, sombras,
cualquier hombre es Ulises.
Grabado entre sus piedras
se halla el mapa de esa tierra añorada.
¡Síguelo!

El pájaro que escuchas está cantando en griego.
No lo traduzcas. No va ahorrarte camino.
Aquellas nubes vienen de su mar.
¡Contémplalas!
Son más puros los cielos de las islas.

Por esta calle, en cualquier auto,
hacia el norte o el sur
se viaja a Ítaca.
En los ojos de los paseantes arde su fuego,
sus pasos rápidos delatan el exilio.
Aún sin moverte –como estos árboles-
hoy o mañana llegarás a Ítaca.
Está escrito en la palma de tu mano
como una raya que se ahonda, día tras día,
aunque te duermas, despertarás en Ítaca.

La lluvia de este valle,
todo lo arrastra, despacio, hasta sus puertas,
no tiene otro declive.
Ya puedes anunciarnos tu llegada,
buscar hotel, dar al olvido tu destierro.
Por esta calle no ha cruzado un hombre,
que al fin, no alcance su paisaje.
Prepara el corazón para el arribo,
una vez en su reino, muestra tu magia.
Será el reto supremo del exilio.

A ese mar no se miente,
la furia de sus olas todo lo hace naufragio.
Pero no te amilanes.
¡Demuéstranos que siempre fuiste Ulises!


EUGENIO MONTEJO (Venezuela)


LA OTRA ÍTACA


Siempre se ha dicho:
el camino es largo

Para arribar a tal o cual Ítaca
hay obstáculos
extravíos
y pocos atajos



Se necesita de algo más que ardentía
y arrojo



Y se dice también
que al final de la ardua jornada
espera a cada uno la recompensa:



la paciencia es hermosura
después de la niebla hay sol
sacrificio añade sabiduría



Pero sé de lugares jamás encontrados
en los que el hombre ha quedado
en la intemperie



Si no es la dicha el mismo camino
si no es cada paso el puerto
no lo emprendas


No siempre se nos espera
No todos llegamos a tiempo.

Robinson Quintero (Colombia)

A DURAS PENAS , LOGRO DIVISAR ÍTACA


A duras penas, logro divisar Ítaca;
aún queda lejos...

Surco la ruta polvorienta,
hundiendo los pies en cardos que sonríen,
y lanzan estridentes carcajadas
cuando me guían hacia laberintos
donde retumba el eco terrible del Minotauro.

Sigo el camino,
y se abren ante mí
sendas de oro.
Deliciosos aromas,
lascivos perfumes
se cuelan en un cuerpo
ataviado con sedas de Fenicia,
y anhelo ser árbol
para enterrar aquí las raíces.

El viento lleva mi nombre.
Es Ítaca; me llama;
he de seguir adelante.

Esther Rodrigo Núñez (España)