No me sueltes los ojos
astillados,
se me dispersarían sin la
cárcel
de hallar tu mano al rehuir tu
frente,
dispersos en la prisa de
salvarme.
Embelesado el pulso, como noche
feliz cuyos minutos no
contamos,
que es noche nada más, amor
dormido,
dolor bisiesto emparedado en
años.
Cante el pez sitibundo, preso
en redes
de algas en tus cabellos
serpentinos,
pero su voz se hiele en tu
garganta
y no rompa mi muerte con su
grito.
Déjame así, de estatua de mí
mismo,
la cabeza que no corté, en la
mano,
la espada sin honor, perdido
todo
lo que gané, menos el gesto
huraño.
Gilberto Owen
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