A duras penas, logro divisar Ítaca;
aún queda lejos...
Surco la ruta polvorienta,
hundiendo los pies en cardos que
sonríen,
y lanzan estridentes carcajadas
cuando me guían hacia laberintos
donde retumba el eco terrible del
Minotauro.
Sigo el camino,
y se abren ante mí
sendas de oro.
Deliciosos aromas,
lascivos perfumes
se cuelan en un cuerpo
ataviado con sedas de Fenicia,
y anhelo ser árbol
para enterrar aquí las raíces.
El viento lleva mi nombre.
Es Ítaca; me llama;
he
de seguir adelante.
Esther Rodrigo Núñez (España)
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