Por: Andrés Giraldo Balcázar
Vi la luz del día
cuando me asomé a sus ojos.
Y el pétalo, la línea del horizonte en sus labios.
Hallé ocasos en la plenitud de su frente,
iluminada por la sabiduría forjada en la fragua más pura.
Una luna, o el canto cíclico
de las aves al adivinar su rostro
en el que el cielo dibujó una estrella oscura.
Lanzó flechas sobre mí, me vulneró,
al repetir en segundos la alegría impetuosa de la eternidad.
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