Por: Andrés Giraldo
Hasta los abismos
insondables
acude la fatídica serpiente
para culparme.
Un vaho abyecto y una
carcajada horrísona
se levantan en
crueles llamaradas
hasta mis ojos.
Otras almas me
acompañan,
sus quejas devoran al
ser más altivo.
No hallo paz.
Gobernar entre
cenizas, en el reino perdido,
no me consuela, no
aparta de mi mente
la cruenta culpa de
haber ofrendado a la espada mi vida
por el necio orgullo,
la vana gloria de ser
recordado.
¿Dónde quedó mi
fuerza?, ¿dónde mi espada?
Solo espantos se
levantan.
En el reino de la luz
me yergo inmortal.
De nada sirve.
Soy legendario, es
cierto, pero mi herida me consume.
Mi talón sangra
todavía.
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