SENTIDO DEL VIAJE

"... A menos que esté fija, destinada a la repetición perpetua, la vida es movimiento, desplazamientos; sobre todo con la época actual, en que la aceleración de los cambios nos pone frente a los ojos de un mundo constantemente remodelado que obliga a redefinirse sin descanso el lugar que uno ocupa en él, los puntos de referencia que le dan sentido". Michele Pétit.

viernes, 24 de octubre de 2014

LAS ALAS DE UN FÉNIX

  
Por: Valeria Luna Cantillo


Recordar duele; tener el remordimiento de haberse equivocado, aún más; saber que la vida me golpeó y abandonó. Me dejó solo. Mirar y ver todo sin esperanza. Ojalá pudiera retroceder el tiempo y no haber cometido ese gran error. Aprendí a obedecer, ya muy tarde.

La lluvia cae de mis ojos. Fui un cristal roto. Mirarme al espejo y no poder estar orgulloso de mí mismo, no poder decir "Fui bueno". Sé que decepcioné a mi padre, sé que él no se sentía orgulloso de mí, mas nunca tuvo el valor de decírmelo.

Todos somos diferentes. Mi padre soñaba con un hijo perfecto como Talos. Yo no podía serlo y eso nos llevó a todas las desgracias. Contrario a lo que él anhelaba, yo era una caja de errores. Conmigo venía todo lo malo. Aún así, en el fondo, muy en el fondo, yo sentía que mi padre me amaba y habría hecho cualquier cosa por mí. No entiendo dónde quedó esa admiración por Talos. Su único sueño era volar, ser libre como los pájaros.

No veía qué tenía eso de interesante, hasta que lo viví. Me imagino ahora en el cielo, siendo libre. Talos debió haber volado con mi padre, y sé que a él no le hubiera pasado lo mismo que a mí, pero no pudo cumplir su sueño, todo porque los celos son un mal amigo. Yo lo vi todo, vi cómo pasó, y lo que más me duele en este momento es no haber hecho nada. Fue un momento de locura. Mi padre alzó a Talos para simular que volaba, mas sus intenciones fueron malas y lo soltó. Cayó justo como yo lo hice después. No sé por qué sentí satisfacción en ese momento, sentí poder. Pensé que después de eso todo iba a ser diferente, que yo iba a ser el centro de atención. Pero no fue así. Todo empeoró. Ese sentimiento me hizo caer a mí también, me comió y mató lentamente. Te aseguro, eso duele más que te entierren una espada por la espalda. Después de haber vivido esa escena fui a mi cuarto y me acosté. No mucho tiempo después llegó mi padre, me miró fijamente. Yo vi en sus ojos ese sentimiento de culpa, ese remordimiento. Me tomó de la mano y me dijo con su suave voz que nos iríamos. Entre palabras sollozaba y suspiraba profundamente. Fingiendo inocencia, le pregunte qué había pasado allá, en la terraza. Me acuerdo muy bien de lo que le dije, y mis intenciones:

- Papá, ¿qué te pasa? ¿Dónde está mi primo? ¿Por qué nos vamos?

Obviamente yo sabía exactamente lo que pasaba, solo quería saber si mi padre iba a ser sincero por primera vez conmigo, mas no lo fue. Eso me dolió demasiado, que no hubiera tenido el valor de contarme. Yo entendía muy bien lo que pasaba, estuve a punto de decirle que había visto todo, pero en el momento que iba a hablar, él me tomó de las manos y me dijo:

–Vamos.

Él iba muy rápido, prácticamente me estaba halando. Me decía:

-Muévete. No tenemos tiempo.

Yo me dije a mí mismo: "Esto no es bueno, ¿adónde vamos a ir?". Pues así era. No teníamos destino alguno, simplemente éramos unos vagos sin rumbo. Lo único que me generaba expectativa era que mi padre, el gran Dédalo, era un ingenioso inventor. Mas, aunque yo entendiera mucho, tampoco lo entendía todo. Seguía siendo un niño, un niño pequeño que necesitaba a su padre. Estaba muy asustado, por dentro algo me decía: "Esto no es bueno, los errores se pagan".  Ver los ojos de mi padre; decían más que mil palabras, y esa mirada me producía más inseguridad y miedo. Ir de ciudad en ciudad, de país en país, no es fácil. Eso me indicaba que nada iba a mejorar, no sabía qué nos esperaba, qué venía después. Eso que viene después no siempre es bueno, y no lo fue. Me sentía impotente. No saber qué va a pasar contigo en un futuro no es lindo, no haberle podido decir a mi padre que dejara de mentirme, que yo no era bobo,  que yo ya sabía lo que había pasado, pero no tuve el valor suficiente, me daba miedo su reacción. Aún así, en la oscuridad siempre hay una manera de encender el candil. En un momento pensé que había logrado hacerlo, pero no. Cuando todo iba mejorando, el viento nos tiró al piso y prácticamente nos dijo: "Este no es su momento".

Nos habíamos instalado en una ciudad. Mi padre había encontrado trabajo como inventor de juguetes. Se volvió famoso, todos tenían que ver con él. Por fin pude tener ese sentimiento que hacía mucho tiempo la vida me había arrebatado. Mis ojos se iluminaron cuando nos escoltaron al palacio del rey Minos. Pensé que habíamos logrado pasar la página y seguir adelante, pues el rey le pidió a mi padre un gran favor, mas tenía que quedar en secreto. Nos dijo que tenía una gran criatura, feroz y fuerte. Yo, curioso pregunté:

-¿Qué es esa gran criatura de la que tanto nos habla? Revele su nombre.

Lo dije en un momento de miedo, no pensé que esas palabras podrían tener consecuencias, pero me equivoqué, lo sé, él se enojó demasiado. Ahí me embargo de nuevo esa sensación de oscuridad y miedo.

El rey me miró fijamente con una cara espantosa. En sus ojos se veían llamas de fuego ardiente. Era altivo. Tiemblo al recordarlo. Fue espantoso. Mi papá me pellizcó discretamente, y el rey siguió hablando. No entendí muy bien, pues mi papá no dejaba de pellizcarme y cada vez apretaba más. Aún así escuché que mi padre tenía que hacer un laberinto grande del cual nadie pudiera salir. También hablaron de mucho dinero, que al parecer le iban a pagar a mi padre, pero como unos dicen ¨de eso bueno no hay mucho¨, no lo pudimos prevenir. Después de años trabajando día y noche sin parar otra vez el destino nos golpeó. Bueno, por lo menos mi padre estaba satisfecho. Al estar ocupado todo el tiempo desahogaba esa ira que tenía por dentro. A mí me dolía mucho que nunca sacara un segundo para mí. Él no  me quería cerca porque pensaba que iba a arruinar su obra maestra. Solo imagínenlo: no tener a nadie con quién hablar, sentirse absolutamente solo, estar desocupado todo el tiempo, para mí  fue como un castigo inmerecido. Cada que mi padre me decía: ¨No, ahora no¨ a mí me salían lagrimas de los ojos y una aguja me pinchaba el corazón, y cada vez me sentía más impotente. Ojala él me esté escuchando en este momento porque nunca supo lo que yo sentía. Nunca le importó mi opinión, saber que día tras día, mes tras mes y mucho más, no tenía un padre que estuviera ahí para consolarme y cuidarme. Fueron 2 largos años sufriendo esa soledad. En un momento pensé suicidarme. Me parecía que iba a estar en un lugar mejor, que allá alguien sí me iba a prestar atención, me iba a querer por lo que era, se iba a acordar de mi cumpleaños e iba a celebrarlo conmigo, pero no fui capaz de hacerlo. No sé por qué no apreciaba la vida que tenía antes del incidente con Talos. Yo soñaba con ese día en que mi padre terminara de construir el laberinto. Yo pensaba que ese día iba a ser el mejor de mi vida, pero cuando el día soñado llegó, Minos me bajó de las nubes al tirarnos como animales dentro del laberinto. Nos encerró en ese lugar sin salida, bueno, sí había salida pero estaba custodiada por más de mil hombres con espadas y armaduras. Eran grandes y fuertes, yo nunca me hubiera atrevido a meterme con ellos. Nunca entendí la razón del porqué estar ahí. Aún sigo pensando que fue porque sí, porque el rey Minos nos odiaba, porque esa criatura fea y grande mitad humano, mitad toro que estaba encerrada con nosotros necesitaba diversión, y no tenía con quién estar. Pasé 3 largos e importantes años de mi vida en ese espantoso lugar. Al salir de ahí ya tenía 15 años, los años que se suponían iban a ser los más cruciales y fabulosos de la vida los desperdicié yendo de ciudad en ciudad, viendo a mi padre trabajar como loco y luego encerrado en el funesto laberinto, privado de mi libertad. ¿Quién disfruta una vida así? Nadie. Llegó un momento en que él iba por su lado y yo por el mío, ni nos determinábamos. Yo no le iba a hablar, estaba furioso para hacerlo. Pero una mañana él se quitó el orgullo de encima y me dijo:

-¡Ícaro, Ícaro, ya sé cómo vamos a salir de este infierno!

Ya había escuchado esas palabras muchas veces; simplemente me di media vuelta y me alejé. Por dentro me estaba muriendo, solo quería salir corriendo a sus brazos y volverle a decir que lo amaba, pero no, mi orgullo era muy alto como para hacerlo. A él no le importó mi reacción y siguió con sus planes, solo trabajaba día y noche, otra vez, parecía que esa vez sí iba en serio. Él usaba miel, plumas y palos. Yo no entendía lo que estaba haciendo, nunca lo había visto hacer otro invento con esos materiales. La curiosidad me mataba, ya que quería saber qué era eso y si iba a funcionar.

La noción del tiempo en ese lugar se perdía, pero calculando, solo calculando, pasaron 3 o 4 meses para que acabara su invento. Al finalizarlo me llamó y me lo mostró. Eran dos grandiosas alas, bellísimas y blancas. Yo, con voz tímida, le dije:

-¿Para qué son?

Él, muy entusiasmado, lo notaba en sus ojos, me lo explicó todo, con comas y puntos. A mí personalmente me pareció una idea demasiado loca y riesgosa, mas no mencioné nada. Él quería que saliéramos de allí lo más rápido posible. Parte del plan era salir al amanecer, justo cuando hacían cambio de turno los hombres de afuera. Yo tenía mucho miedo, también estaba ansioso, y en lo profundo, orgulloso de mi padre. Esa noche no pude dormir pensando en el siguiente día, en qué iba a pasar con nosotros. Otra vez recordé  cuando nos mudamos sin saber cuál sería nuestro destino. Dormí muy poco, estaba cansado. Cuando logré conciliar sueño profundo, el primer rayo de sol tocó mi rostro, lo que indicaba que era hora. Estaba muy emocionado, mi alegría era notable. Ese primer rayo de sol me despertó de esa pesadilla de 6 años, 6 largos y feos años, tomé mis alas, y cuando iba a emprender vuelo, mi padre me detuvo y me habló con esa voz suave y cálida con que me hablaba cuando era apenas un niño:
Dédalo atando las alas a Ícaro
(Pyotr Ivanovich Sokolov (1753—1791).
-Hijo, recuerda que siempre te he amado y siempre lo haré. Espero que después de este momento todo sea diferente y podamos volver a ser una familia feliz. Pero recuerda: no vueles tan alto porque la miel con la que hice las alas se derretirán, ni vueles tan bajo porque el agua las puede dañar.

Yo le entendí claramente, pero no estaba seguro de hacerlo. Entonces miré el cielo y mi padre me tomó de las manos y me dijo:

–Vamos. 
Tomé valor y comencé a volar. Me sentía fantástico, era asombroso. Me sentí libre. Me sentí con el derecho de hacer lo que quisiera. Era un amanecer. El cielo no tenía un color definido. Era como rojo, naranja, azul, rosado, morado. Era asombroso. Me sentía como un fénix, libre de hacer lo que quisiera. Me sentía invencible y justo por eso cometí mi mayor error, del cual me arrepiento con el alma. Nada me detuvo de subir y subir. Casi tocaba el sol, me sentía más libre que nunca después de ese encierro total. No caí en cuenta que iba muy alto y cuando quise bajar, no pude, ya era muy tarde, caí y caí como lo hizo Talos. Yo sabía que ese era mi último día de vida, que ese era mi fin. Me costó mucho tiempo entenderlo bien, yo no sentí ningún dolor, solo vi mi cuerpo tirado en el mar boca abajo, y no entendí cómo me podía ver, pensé y pensé, vi que mi padre lloraba y seguía sin entender, intenté decirle que yo estaba bien, que estaba a su lado pero no me escuchaba, me tiré en la arena y lloré mucho tiempo. Después de eso logré entender qué pasaba, abracé a mi padre, y al  morir, bajé al hades.  
Hoy, desde este siniestro lugar, ruego que mi padre escuche estas palabras. Yo estoy bien, ya superé ese trauma, ya soy un alma invencible y libre, lo que siempre soñé, ya no me preocupo por mi futuro.
La caída de Ícaro(Carlo Saraceni)

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