Por: Valeria Luna Cantillo
Recordar duele; tener el remordimiento de haberse equivocado, aún más;
saber que la vida me golpeó y abandonó. Me dejó solo. Mirar y ver todo sin
esperanza. Ojalá pudiera retroceder el tiempo y no haber cometido ese gran
error. Aprendí a obedecer, ya muy tarde.
La lluvia cae de mis ojos. Fui un cristal roto. Mirarme al espejo y no
poder estar orgulloso de mí mismo, no poder decir "Fui bueno". Sé que
decepcioné a mi padre, sé que él no se sentía orgulloso de mí, mas nunca tuvo
el valor de decírmelo.
Todos somos diferentes. Mi padre soñaba con un hijo perfecto como Talos.
Yo no podía serlo y eso nos llevó a todas las desgracias. Contrario a lo que él
anhelaba, yo era una caja de errores. Conmigo venía todo lo malo. Aún así, en
el fondo, muy en el fondo, yo sentía que mi padre me amaba y habría hecho
cualquier cosa por mí. No entiendo dónde quedó esa admiración por Talos. Su
único sueño era volar, ser libre como los pájaros.
No veía qué tenía eso de interesante, hasta que lo viví. Me imagino ahora
en el cielo, siendo libre. Talos debió haber volado con mi padre, y sé que a él
no le hubiera pasado lo mismo que a mí, pero no pudo cumplir su sueño, todo
porque los celos son un mal amigo. Yo lo vi todo, vi cómo pasó, y lo que más me
duele en este momento es no haber hecho nada. Fue un momento de locura. Mi
padre alzó a Talos para simular que volaba, mas sus intenciones fueron malas y
lo soltó. Cayó justo como yo lo hice después. No sé por qué sentí satisfacción
en ese momento, sentí poder. Pensé que después de eso todo iba a ser diferente,
que yo iba a ser el centro de atención. Pero no fue así. Todo empeoró. Ese
sentimiento me hizo caer a mí también, me comió y mató lentamente. Te aseguro,
eso duele más que te entierren una espada por la espalda. Después de haber
vivido esa escena fui a mi cuarto y me acosté. No mucho tiempo después llegó mi
padre, me miró fijamente. Yo vi en sus ojos ese sentimiento de culpa, ese
remordimiento. Me tomó de la mano y me dijo con su suave voz que nos iríamos.
Entre palabras sollozaba y suspiraba profundamente. Fingiendo inocencia, le
pregunte qué había pasado allá, en la terraza. Me acuerdo muy bien de lo que le
dije, y mis intenciones:
- Papá, ¿qué te pasa? ¿Dónde está mi primo? ¿Por qué nos vamos?
Obviamente yo sabía exactamente lo que pasaba, solo quería saber si mi
padre iba a ser sincero por primera vez conmigo, mas no lo fue. Eso me dolió
demasiado, que no hubiera tenido el valor de contarme. Yo entendía muy bien lo
que pasaba, estuve a punto de decirle que había visto todo, pero en el momento
que iba a hablar, él me tomó de las manos y me dijo:
–Vamos.
Él iba muy rápido, prácticamente me estaba halando. Me decía:
-Muévete. No tenemos tiempo.
Yo me dije a mí mismo: "Esto no es bueno, ¿adónde vamos a
ir?". Pues así era. No teníamos destino alguno, simplemente éramos unos
vagos sin rumbo. Lo único que me generaba expectativa era que mi padre, el gran
Dédalo, era un ingenioso inventor. Mas, aunque yo entendiera mucho, tampoco lo entendía
todo. Seguía siendo un niño, un niño pequeño que necesitaba a su padre. Estaba
muy asustado, por dentro algo me decía: "Esto no es bueno, los errores se
pagan". Ver los ojos de mi padre;
decían más que mil palabras, y esa mirada me producía más inseguridad y miedo.
Ir de ciudad en ciudad, de país en país, no es fácil. Eso me indicaba que nada
iba a mejorar, no sabía qué nos esperaba, qué venía después. Eso que viene después no siempre
es bueno, y no lo fue. Me sentía impotente. No saber qué va a pasar contigo en
un futuro no es lindo, no haberle podido decir a mi padre que dejara de
mentirme, que yo no era bobo, que yo ya
sabía lo que había pasado, pero no tuve el valor suficiente, me daba miedo su
reacción. Aún así, en la oscuridad siempre hay una manera de encender el
candil. En un momento pensé que había logrado hacerlo, pero no. Cuando todo iba
mejorando, el viento nos tiró al piso y prácticamente nos dijo: "Este no
es su momento".
Nos habíamos instalado en una ciudad. Mi padre había encontrado trabajo
como inventor de juguetes. Se volvió famoso, todos tenían que ver con él. Por
fin pude tener ese sentimiento que hacía mucho tiempo la vida me había
arrebatado. Mis ojos se iluminaron cuando nos escoltaron al palacio del rey
Minos. Pensé que habíamos logrado pasar la página y seguir adelante, pues el
rey le pidió a mi padre un gran favor, mas tenía que quedar en secreto. Nos
dijo que tenía una gran criatura, feroz y fuerte. Yo, curioso pregunté:
-¿Qué es esa gran criatura de la que tanto nos habla? Revele su nombre.
Lo dije en un momento de miedo, no pensé que esas palabras podrían tener
consecuencias, pero me equivoqué, lo sé, él se enojó demasiado. Ahí me embargo
de nuevo esa sensación de oscuridad y miedo.
El rey me miró fijamente con una cara espantosa. En sus ojos se veían
llamas de fuego ardiente. Era altivo. Tiemblo al recordarlo. Fue espantoso. Mi
papá me pellizcó discretamente, y el rey siguió hablando. No entendí muy bien,
pues mi papá no dejaba de pellizcarme y cada vez apretaba más. Aún así escuché
que mi padre tenía que hacer un laberinto grande del cual nadie pudiera salir.
También hablaron de mucho dinero, que al parecer le iban a pagar a mi padre,
pero como unos dicen ¨de eso bueno no hay mucho¨, no lo pudimos prevenir.
Después de años trabajando día y noche sin parar otra vez el destino nos
golpeó. Bueno, por lo menos mi padre estaba satisfecho. Al estar ocupado todo el tiempo desahogaba esa ira
que tenía por dentro. A mí me dolía mucho que nunca sacara un segundo para mí.
Él no me quería cerca porque pensaba que
iba a arruinar su obra maestra. Solo imagínenlo: no tener a nadie con quién
hablar, sentirse absolutamente solo, estar desocupado todo el tiempo, para
mí fue como un castigo inmerecido. Cada
que mi padre me decía: ¨No, ahora no¨ a mí me salían lagrimas de los ojos y una
aguja me pinchaba el corazón, y cada vez me sentía más impotente. Ojala él me
esté escuchando en este momento porque nunca supo lo que yo sentía. Nunca le
importó mi opinión, saber que día tras día, mes tras mes y mucho más, no tenía
un padre que estuviera ahí para consolarme y cuidarme. Fueron 2 largos años
sufriendo esa soledad. En un momento pensé suicidarme. Me parecía que iba a
estar en un lugar mejor, que allá alguien sí me iba a prestar atención, me iba
a querer por lo que era, se iba a acordar de mi cumpleaños e iba a celebrarlo
conmigo, pero no fui capaz de hacerlo. No sé por qué no apreciaba la vida que
tenía antes del incidente con Talos. Yo soñaba con ese día en que mi padre
terminara de construir el laberinto. Yo pensaba que ese día iba a ser el mejor
de mi vida, pero cuando el día soñado llegó, Minos me bajó de las nubes al
tirarnos como animales dentro del laberinto. Nos encerró en ese lugar sin
salida, bueno, sí había salida pero estaba custodiada por más de mil hombres con
espadas y armaduras. Eran grandes y fuertes, yo nunca me hubiera atrevido a
meterme con ellos. Nunca entendí la razón del porqué estar ahí. Aún sigo
pensando que fue porque sí, porque el rey Minos nos odiaba, porque esa criatura
fea y grande mitad humano, mitad toro que estaba encerrada con nosotros
necesitaba diversión, y no tenía con quién estar. Pasé 3 largos e importantes
años de mi vida en ese espantoso lugar. Al salir de ahí ya tenía 15 años, los
años que se suponían iban a ser los más cruciales y fabulosos de la vida los
desperdicié yendo de ciudad en ciudad, viendo a mi padre trabajar como loco y luego
encerrado en el funesto laberinto, privado de mi libertad. ¿Quién disfruta una
vida así? Nadie. Llegó un momento en que él iba por su lado y yo por el mío, ni
nos determinábamos. Yo no le iba a hablar, estaba furioso para hacerlo. Pero
una mañana él se quitó el orgullo de encima y me dijo:
-¡Ícaro, Ícaro, ya sé cómo vamos a salir de este infierno!
Ya había escuchado esas palabras muchas veces; simplemente me di media
vuelta y me alejé. Por dentro me estaba muriendo, solo quería salir corriendo a
sus brazos y volverle a decir que lo amaba, pero no, mi orgullo era muy alto
como para hacerlo. A él no le importó mi reacción y siguió con sus planes, solo
trabajaba día y noche, otra vez, parecía que esa vez sí iba en serio. Él usaba
miel, plumas y palos. Yo no entendía lo que estaba haciendo, nunca lo había
visto hacer otro invento con esos materiales. La curiosidad me mataba, ya que
quería saber qué era eso y si iba a funcionar.
La noción del tiempo en ese lugar se perdía, pero calculando, solo
calculando, pasaron 3 o 4 meses para que acabara su invento. Al finalizarlo me
llamó y me lo mostró. Eran dos grandiosas alas, bellísimas y blancas. Yo, con
voz tímida, le dije:
-¿Para qué son?
Él, muy entusiasmado, lo notaba en sus ojos, me lo explicó todo, con comas
y puntos. A mí personalmente me pareció una idea demasiado loca y riesgosa, mas
no mencioné nada. Él quería que saliéramos de allí lo más rápido posible. Parte
del plan era salir al amanecer, justo cuando hacían cambio de turno los hombres
de afuera. Yo tenía mucho miedo, también estaba ansioso, y en lo profundo,
orgulloso de mi padre. Esa noche no pude dormir pensando en el siguiente día,
en qué iba a pasar con nosotros. Otra vez recordé cuando nos mudamos sin saber cuál sería
nuestro destino. Dormí muy poco, estaba cansado. Cuando logré conciliar sueño
profundo, el primer rayo de sol tocó mi rostro, lo que indicaba que era hora.
Estaba muy emocionado, mi alegría era notable. Ese primer rayo de sol me
despertó de esa pesadilla de 6 años, 6 largos y feos años, tomé mis alas, y
cuando iba a emprender vuelo, mi padre me detuvo y me habló con esa voz suave y
cálida con que me hablaba cuando era apenas un niño:
-Hijo, recuerda que siempre te he amado y siempre lo haré. Espero que después
de este momento todo sea diferente y podamos volver a ser una familia feliz. Pero
recuerda: no vueles tan alto porque la miel con la que hice las alas se
derretirán, ni vueles tan bajo porque el agua las puede dañar.
Yo le entendí claramente, pero no estaba seguro de hacerlo. Entonces
miré el cielo y mi padre me tomó de las manos y me dijo:
–Vamos.
Tomé valor y comencé a volar. Me sentía fantástico, era asombroso. Me
sentí libre. Me sentí con el derecho de hacer lo que quisiera. Era un amanecer.
El cielo no tenía un color definido. Era como rojo, naranja, azul, rosado,
morado. Era asombroso. Me sentía como un fénix, libre de hacer lo que quisiera.
Me sentía invencible y justo por eso cometí mi mayor error, del cual me
arrepiento con el alma. Nada me detuvo de subir y subir. Casi tocaba el sol, me
sentía más libre que nunca después de ese encierro total. No caí en cuenta que
iba muy alto y cuando quise bajar, no pude, ya era muy tarde, caí y caí como lo
hizo Talos. Yo sabía que ese era mi último día de vida, que ese era mi fin. Me
costó mucho tiempo entenderlo bien, yo no sentí ningún dolor, solo vi mi cuerpo
tirado en el mar boca abajo, y no entendí cómo me podía ver, pensé y pensé, vi
que mi padre lloraba y seguía sin entender, intenté decirle que yo estaba bien,
que estaba a su lado pero no me escuchaba, me tiré en la arena y lloré mucho
tiempo. Después de eso logré entender qué pasaba, abracé a mi padre, y al morir, bajé al hades.
Hoy, desde este siniestro lugar, ruego que mi padre escuche estas
palabras. Yo estoy bien, ya superé ese trauma, ya soy un alma invencible y
libre, lo que siempre soñé, ya no me preocupo por mi futuro.
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