Calístrato
1.
Cervatillos y liebres, tales son ahora las presas de caza de Aquiles, del mismo
héroe que en Ilión capturará ciudades y caballos y ejércitos, y habrá de
enfrentarse con ríos cuyo cauce tratará de frenar; y como premio a tanta hazaña
se llevará a Briseida y a las siete doncellas de Lesbos, junto con oro, trípodes
y prestigio ente los aqueos. En cambio, aquí la recompensa por las gestas
realizadas junto a Quirón consiste en manzanas y miel y tú, Aquiles, bien te
contentas con tan pequeños regalos, tú que un día desdeñarás ciudades enteras y
emparentar con Agamenón. El Aquiles que lucha en el foso, el que con su sola
voz pone en fuga a los troyanos, el que mata a diestro y siniestro y tiñe de
rojo las aguas del Escamandro, el de los caballos inmortales, el que arrastró a
Héctor, el que rugió de dolor sobre el pecho de Patroclo, ése ya fue pintado
por Homero, quien lo presentó también cantando, orando y recibiendo en su
tienda a Príamo.
2.
Este Aquiles, en cambio, es una criatura, no consciente aún de su valor, a quien
Quirón alimenta con leche, médula y miel y aparece pintado como un niño tierno,
pero ya arrogante y ligero. La pierna del niño es recta; sus brazos, largos,
hasta la rodilla –brazos de ese tipo son excelentes para la carrera–; su cabellera
es suave y está suelta y el céfiro parece entretenerse en revolverla, de modo
que, al caer sus mechones de formas diferentes, va cambiando el aspecto del
muchacho. Su frente denota ya arrogancia y energía, pero mitigada por una
mirada inocente y por unas encantadoras mejillas que esbozan una delicada
sonrisa. La clámide que lleva es, según creo, regalo de su madre, pues es
hermosa y su color es el púrpura marino con destellos rojos y sombreado con
azul oscuro.
3.
Quirón lo lisonjea por cazar liebres como un león y por rivalizar en carrera
con los cervatillos. Lo cierto es que acaba de capturar un cervato y,
dirigiéndose a Quirón, solicita un premio. El maestro se alegra ante semejante
solicitud, dobla sus patas delanteras para estar a la altura del niño y le
ofrece, sacándolas de su regazo, lustrosas y fragantes manzanas –hasta el aroma
parece pintado; también le tiende con la mano un panal chorreante, fruto de la
labor de las abejas, pues, cuando éstas encuentran buenos prados, engorda, y entonces
los panales se llenan hasta rebosar y las celdillas vierten miel.
4.
Quirón está pintado cabalmente como un centauro. No es que sea nada del otro
mundo combinar un caballo con un hombre, pero unirlos y hacérnoslo llegar
fundidos en un solo ser, de amera que escape de los ojos del espectador dónde
empieza y acaba cada uno, lo juzgo propio de un excelente pintor. La gentileza
que se advierte en la mirada de Quirón es producto de la justicia que inspira
su vida, pero también de la lira, cuya música ha contribuido a civilizarlo. Sin
embargo, si Quirón muestra una expresión tan afable es porque, sin duda, sabe
que ello tranquiliza a los niños y los alimenta mejor que la leche.
5.
Esto es lo que ocurre a la entrada de la cueva. En cuanto al niño que está en
la llanura, jugando a montar caballo sobre el Centauro, es el propio Aquiles. Quirón
le está enseñando equitación, sirviéndose para ello de sí mismo, e imprime en
su carrera un paso que el niño pueda soportar; volviendo a la cara, sonríe a
Aquiles, que se divierte lo indecible, y solo falta que le diga: “Mira cómo
galopo sin que me espolees. ¡Si hasta soy yo quien te anima a ti! Un caballo de
verdad es un animal fogoso y no incita a la risa. Aunque yo te haya enseñado
tan delicadamente a cabalgar, oh niño divino, y te hayas acostumbrado a una
montura como yo, tiempo vendrá en que llevarás las riendas de Janto y Balio, y
entonces conquistarás muchas ciudades y matarás a muchos hombres, dando alcance
a todos los fugitivos”. Tales palabras dice Quirón al niño, profetizando cosas
bellas y favorables, no como las que diría Janto.
Me gustaría saber más de dónde sale este análisis... bellísimo
ResponderEliminar¡Claro! El texto es tomado del libro "Filóstrato el viejo. Filóstrato el Joven. Imágenes. Calístrato. Descripciones". Ed Siruela, Madrid, 1993. El libro es maravilloso por los paisajes mitológicos que proponen sus ilustradores y la lectura intertextual que hace Calístrato a partir de cada imagen. Es un maravilloso viaje al pasado mitológico griego. Gracias por tu comentario.
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