SENTIDO DEL VIAJE

"... A menos que esté fija, destinada a la repetición perpetua, la vida es movimiento, desplazamientos; sobre todo con la época actual, en que la aceleración de los cambios nos pone frente a los ojos de un mundo constantemente remodelado que obliga a redefinirse sin descanso el lugar que uno ocupa en él, los puntos de referencia que le dan sentido". Michele Pétit.

miércoles, 13 de noviembre de 2013

HELENA

                                                                                      Fernando Denis

Grecia, tú que sabes mi nombre, dímelo.
He sido arrojada a esta playa como una ola fosforescente,
he sido otra vez un ave descalza sobre la arena,
midiendo el poderío de esta luz;
aún siento el rumor de los versos que encendían las lámparas
mientras yo enfermaba de belleza,
lloraba detrás de los desiertos, en los jardines brumosos
donde el guerrero esculpía la piedra
y afilaba sus cuchillos.
¿Dónde está la historia del fuego, dónde sus fábulas?
El libro del fuego se abre como una candente ciudad en ruinas
donde salmos
y bosques nocturnos
arden en la primavera.
Lentamente sus páginas me van borrando…
El sueño se derrama sobre mí como una lluvia de oro
en las tinieblas;
infinitas mariposas muertas rodean la playa.
El tiempo que me convierte en una efigie de la guerra
ahora me abandona,
me otorga su irascible reloj de arena.
¿Quién dirá en el infierno algo sobre la belleza que perdí,
sobre los días que quemaron mi arcilla íntima?
Dentro de mí hay un verano, el más ardoroso de todos.
¿Cuántas plagas rodearon la cabeza del griego que me besó
en los aposentos, en la penumbra donde yo era una gacela
encantada con fuego en las pupilas?
No sé qué agonías tejieron su corazón deshabitado,
pero fueron muchas.
Y él, Menelao, el más celoso de los mortales,
jamás pudo dormir a mi lado, jamás durmió:
el fuego intolerable que crispaba las cenizas de mis palabras
lo consumía.
En los altares murmuro mis obligaciones con la divinidad.
Veo las columnas, las ánforas, el cristal nervioso de las aguas
donde me asomo y avivan los truenos, los relámpagos,
y sé que moriré un día entre esas llamas.
Para poner mis pies sobre la aurora de las calles
un cadencioso lino egipcio cubre mi piel, me rodeo
de tal forma que no noten demasiado
el candoroso efluvio de hermosura que aún me queda,
el brillo de una sensualidad agotadora que todavía
es música entre los hombres.
No soy salvaje y terrible como muchos lo creen; soy dulce,
y con albas manos y labios sedientos he sostenido las soberbias de un rey.
Si aún soy Helena ante los muros de Grecia, ante los mares de Grecia,
bajo el cielo lustroso que preserva los mitos, que todo lo ve
desde sus azules estancias,
si aún hay oído para esta voz melindrosa
que ruega en las sombras, entre los muertos de una guerra infame,
Zeus sabrá que no fui yo la que trajo tal zozobra,
que sólo fui una imagen para el recuerdo de la noche griega,
que aún arden mis nervios ante el claro
ruiseñor de los desiertos, su canto embriagado de metáforas.

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