SENTIDO DEL VIAJE

"... A menos que esté fija, destinada a la repetición perpetua, la vida es movimiento, desplazamientos; sobre todo con la época actual, en que la aceleración de los cambios nos pone frente a los ojos de un mundo constantemente remodelado que obliga a redefinirse sin descanso el lugar que uno ocupa en él, los puntos de referencia que le dan sentido". Michele Pétit.

domingo, 17 de noviembre de 2013

LABERINTO

                                                            Jorge Luis Borges

No habrá nunca una puerta. Estás adentro
y el alcázar abarca el universo
y no tiene ni anverso ni reverso
ni externo muro ni secreto centro.

No esperes que el rigor de tu camino
que tercamente se bifurca en otro,
que tercamente se bifurca en otro,
tendrá fin. Es de hierro tu destino

como tu juez. No aguardes la embestida
del toro que es un hombre y cuya extraña
forma plural da horror a la maraña

de interminable piedra entretejida.
No existe. Nada esperes. Ni siquiera
en el negro crepúsculo la fiera.


De "Elogio de la sombra"

jueves, 14 de noviembre de 2013

ESCUCHANDO A HOMERO

Fernando Denis - Colombia
De una tela de Darío Ortiz

¿Dónde han quedado las voces, oh sombra?
¿El mar que las trajo, el verso y el terror, dónde están?
Entre arenales cuatro hombres me persiguen,
cuatro rayos que no pueden ver mis ojos apagados
a esta hora en que Grecia espera ser iluminada.
Caerá una lluvia de oro para las mentes.
Yo hablaré entre los mármoles y las velas con la voz de las islas,
les daré mi nombre a las cosas que al mar entregué.
Escuchando a Homero
Pintura de Darío Ortiz Robledo
El mensajero de los dioses me trajo la lengua griega,
el sabio consejo de Ulises.
Me dolió la suerte de los guerreros bajo la luna
que todavía sangra en las orillas.
Oh, musa, háblame.
Ya que me has otorgado la edad y la antorcha
pero también el laberinto
dime ¿cómo puedo negar algo tan bello?
¿Por qué detrás de los libros viajeros
la rosa aún conserva la forma que le diste?
Oh, noche, espejo, mar incansable resonando como una cítara,
puedo hundirme contigo ahora detrás del viento
y ahogar mi voz en los colores como los pájaros.

miércoles, 13 de noviembre de 2013

LA CASA DE ASTERIÓN

Jorge Luis Borges

Y la reina dio a luz un hijo que se llamó Asterión.
Apolodoro: Biblioteca, III,I

Sé que me acusan de soberbia, y tal vez de misantropía, y tal vez de locura. Tales acusaciones (que yo castigaré a su debido tiempo) son irrisorias. Es verdad que no salgo de mi casa, pero también es verdad que sus puertas (cuyo número es infinito)[1] están abiertas día y noche a los hombres y también a los animales. Que entre el que quiera. No hallará pompas mujeriles aquí ni el bizarro aparato de los palacios, pero sí la quietud y la soledad. Asimismo hallará una casa como no hay otra en la faz de la Tierra. (Mienten los que declaran que en Egipto hay una parecida.) Hasta mis detractores admiten que no hay un solo mueble en la casa. Otra especie ridícula es que yo, Asterión, soy un prisionero. ¿Repetiré que no hay una puerta cerrada, añadiré que no hay una cerradura? Por lo demás, algún atardecer he pisado la calle; si antes de la noche volví, lo hice por el temor que me infundieron las caras de la plebe, caras descoloridas y aplanadas, como la mano abierta. Ya se había puesto el Sol, pero el desvalido llanto de un niño y las toscas plegarias de la grey dijeron que me habían reconocido. La gente oraba, huía, se prosternaba; unos se encaramaban al estilóbato del templo de las Hachas, otros juntaban piedras. Alguno, creo, se ocultó bajo el mar. No en vano fue una reina mi madre; no puedo confundirme con el vulgo; aunque mi modestia lo quiera.

El hecho es que soy único. No me interesa lo que un hombre pueda trasmitir a otros hombres; como el filósofo, pienso que nada es comunicable por el arte de la escritura. Las enojosas y triviales minucias no tienen cabida en mi espíritu, que está capacitado para lo grande; jamás he retenido la diferencia entre una letra y otra. Cierta impaciencia generosa no ha consentido que yo aprendiera a leer. A veces lo deploro porque las noches y los días son largos.

Claro que no me faltan distracciones. Semejante al carnero que va a embestir, corro por las galerías de piedra hasta rodar al suelo, mareado. Me agazapo a la sombra de un aljibe o a la vuelta de un corredor y juego a que me buscan. Hay azoteas desde las que me dejo caer, hasta ensangrentarme. A cualquier hora puedo jugar a estar dormido, con los ojos cerrados y la respiración poderosa. (A veces me duermo realmente, a veces ha cambiado el color del día cuando he abierto los ojos). Pero de tantos juegos el que prefiero es el de otro Asterión. Finjo que viene a visitarme y que yo le muestro la casa. Con grandes reverencias le digo: Ahora volvemos a la encrucijada anterior o Ahora desembocamos en otro patio o Bien decía yo que te gustaría la canaleta o Ahora verás una cisterna que se llenó de arena o Ya verás cómo el sótano se bifurca. A veces me equivoco y nos reímos buenamente los dos.
No sólo he imaginado esos juegos; también he meditado sobre la casa. Todas las partes de la casa están muchas veces, cualquier lugar es otro lugar. No hay un aljibe, un patio, un abrevadero, un pesebre; son catorce (son infinitos) los pesebres, abrevaderos, patios, aljibes. La casa es del tamaño del mundo; mejor dicho, es el mundo. Sin embargo, a fuerza de fatigar patios con un aljibe y polvorientas galerías de piedra gris he alcanzado la calle y he visto el templo de las Hachas y el mar. Eso no lo entendí hasta que una visión de la noche me reveló que también son catorce (son infinitos) los mares y los templos. Todo está muchas veces, catorce veces, pero dos cosas hay en el mundo que parecen estar una sola vez: arriba, el intrincado Sol; abajo, Asterión. Quizá yo he creado las estrellas y el Sol y la enorme casa, pero ya no me acuerdo.

Cada nueve años entran en la casa nueve hombres para que yo los libere de todo mal. Oigo sus pasos o su voz en el fondo de las galerías de piedra y corro alegremente a buscarlos. La ceremonia dura pocos minutos. Uno tras otro caen sin que yo me ensangriente las manos. Donde cayeron, quedan, y los cadáveres ayudan a distinguir una galería de las otras. Ignoro quiénes son, pero sé que uno de ellos profetizó, en la hora de su muerte, que, alguna vez llegaría mi redentor. Desde entonces no me duele la soledad, porque sé que vive mi redentor y al fin se levantará sobre el polvo. Si mi oído alcanzara todos los rumores del mundo, yo percibiría sus pasos. Ojalá me lleve a un lugar con menos galerías y menos puertas. ¿Cómo será mi redentor?, me pregunto. ¿Será un toro o un hombre? ¿Será tal vez un toro con cara de hombre? ¿O será como yo?

El Sol de la mañana reverberó en la espada de bronce. Ya no quedaba ni un vestigio de sangre.
-¿Lo creerás, Ariadna? -dijo Teseo-. El minotauro apenas se defendió.





[1] El original dice catorce, pero sobran motivos para inferir que en boca de Asterión, ese adjetivo numeral vale por infinitos.

HELENA

                                                                                      Fernando Denis

Grecia, tú que sabes mi nombre, dímelo.
He sido arrojada a esta playa como una ola fosforescente,
he sido otra vez un ave descalza sobre la arena,
midiendo el poderío de esta luz;
aún siento el rumor de los versos que encendían las lámparas
mientras yo enfermaba de belleza,
lloraba detrás de los desiertos, en los jardines brumosos
donde el guerrero esculpía la piedra
y afilaba sus cuchillos.
¿Dónde está la historia del fuego, dónde sus fábulas?
El libro del fuego se abre como una candente ciudad en ruinas
donde salmos
y bosques nocturnos
arden en la primavera.
Lentamente sus páginas me van borrando…
El sueño se derrama sobre mí como una lluvia de oro
en las tinieblas;
infinitas mariposas muertas rodean la playa.
El tiempo que me convierte en una efigie de la guerra
ahora me abandona,
me otorga su irascible reloj de arena.
¿Quién dirá en el infierno algo sobre la belleza que perdí,
sobre los días que quemaron mi arcilla íntima?
Dentro de mí hay un verano, el más ardoroso de todos.
¿Cuántas plagas rodearon la cabeza del griego que me besó
en los aposentos, en la penumbra donde yo era una gacela
encantada con fuego en las pupilas?
No sé qué agonías tejieron su corazón deshabitado,
pero fueron muchas.
Y él, Menelao, el más celoso de los mortales,
jamás pudo dormir a mi lado, jamás durmió:
el fuego intolerable que crispaba las cenizas de mis palabras
lo consumía.
En los altares murmuro mis obligaciones con la divinidad.
Veo las columnas, las ánforas, el cristal nervioso de las aguas
donde me asomo y avivan los truenos, los relámpagos,
y sé que moriré un día entre esas llamas.
Para poner mis pies sobre la aurora de las calles
un cadencioso lino egipcio cubre mi piel, me rodeo
de tal forma que no noten demasiado
el candoroso efluvio de hermosura que aún me queda,
el brillo de una sensualidad agotadora que todavía
es música entre los hombres.
No soy salvaje y terrible como muchos lo creen; soy dulce,
y con albas manos y labios sedientos he sostenido las soberbias de un rey.
Si aún soy Helena ante los muros de Grecia, ante los mares de Grecia,
bajo el cielo lustroso que preserva los mitos, que todo lo ve
desde sus azules estancias,
si aún hay oído para esta voz melindrosa
que ruega en las sombras, entre los muertos de una guerra infame,
Zeus sabrá que no fui yo la que trajo tal zozobra,
que sólo fui una imagen para el recuerdo de la noche griega,
que aún arden mis nervios ante el claro
ruiseñor de los desiertos, su canto embriagado de metáforas.

jueves, 7 de noviembre de 2013

LA TELA DE PENÉLOPE O QUIÉN ENGAÑA A QUIÉN

Hace muchos años vivía en Grecia un hombre llamado Ulises (quien a pesar de ser bastante sabio era muy astuto), casado con Penélope, mujer bella y singularmente dotada cuyo único defecto era su desmedida afición a tejer, costumbre gracias a la cual pudo pasar sola largas temporadas.

Dice la leyenda que en cada ocasión en que Ulises con su astucia observaba que a pesar de sus prohibiciones ella se disponía una vez más a iniciar uno de sus interminables tejidos, se le podía ver por las noches preparando a hurtadillas sus botas y una buena barca, hasta que sin decirle nada se iba a recorrer el mundo y a buscarse a sí mismo.

De esta manera ella conseguía mantenerlo alejado mientras coqueteaba con sus pretendientes, haciéndoles creer que tejía mientras Ulises viajaba y no que Ulises viajaba mientras ella tejía, como pudo haber imaginado Homero, que, como se sabe, a veces dormía y no se daba cuenta de nada.

Augusto Monterroso.


John William Waterhouse, 1912.

lunes, 4 de noviembre de 2013

COMENTARIO SOBRE PERCY JACKSON 2. EL MAR DE LOS MONSTRUOS

Sofía Sarria Aguirre


Hay muchas formas de conocer una historia. A veces vamos del libro a la película. Otras veces, al contrario. Como sea, son distintas las circunstancias que nos motivan a hacerlo. Por eso, hoy quiero compartirles mi experiencia de acercamiento a la saga de Percy Jackson, a propósito del reciente estreno de la segunda película. Espero que los que lean este texto se enteren que lo escribo motivada por el disfrute de vivir entre los libros y, también, de ir al cine con mis amigas y familia los fines de semana.

Preludio

La gente que no está acostumbrada a leer, prefiere ver las películas que se adaptan sobre alguna obra. Estoy segura de que muchas personas que conocen la saga de Crepúsculo o de Harry Potter se saben de memoria los diálogos de las películas, pero jamás han tocado los libros. 
Pero quienes vivimos entre libros, vamos recreando la historia al imaginar las situaciones como se describen, y cuando releemos el libro, lo podemos imaginar de una manera totalmente distinta a como lo hicimos la primera vez, y es probable que nuestro interés al ver la película, sea solo analizar qué cambios tuvo respecto al libro en que se basó.

Mi experiencia

En varias ocasiones he visto la película adaptada de un libro y después lo he leído. Con Percy Jackson me pasó algo particular. Les compartiré mi experiencia.

Todo inició cuando una prima me mostró la primera película, “Percy Jackson y el ladrón del rayo”. Quedé fascinada. Y cuando me dijo que estaba disponible el libro en el que se basó, fui a comprarlo enseguida. Cuando estaba en la librería apareció frente a mí, un libro del mismo tamaño pero con una cubierta naranja y un puente colgante como de película de terror y tres siluetas atravesándolo. En letra blanca y grande decía: EL MAR DE LOS MONSTRUOS. Percy Jackson y los dioses del Olimpo ll. Los compré. Ahí fue cuando todo inició. Después adquirí los libros que seguían y también me encantaron.

Libro vs. Película

Cuando supe que saldría la película del segundo libro, me llené de ilusión. Imaginaba todo como se presenta en el libro: los toros de bronce, Polifemo, Circe, Percy convertido en conejillo de indias…. Todo. Fui a verla a las pocas semanas de estar en cartelera. Era la primera vez que veía una película después de leerme el libro, y fue algo interesante. Por una parte, sabía lo que iba a pasar, pero por otra, me sorprendí al ver cosas tan distintas. Por ejemplo, Polifemo y Circe nunca vivieron en la misma isla, ni hay un parque de diversiones llamado Circeland, y Cronos no se alza en ese libro y tampoco de esa forma, a Circe la mencionan varias veces, pero nunca aparece.



Voy a enunciar las características que más me gustaron de la película y luego las que no lo hicieron:

Lo que más me gustó:

ü  Presenta una imagen nueva de la historia.
ü  Puedes ver la interpretación de las expresiones de los personajes que cuesta imaginar.
ü  Toma lo más importante del libro y le da la misma importancia que en este.
ü  Representa bien los personajes míticos.
ü  Ayuda a representarse mejor a personajes grandes como los monstruos.
ü  El final en suspenso con las mismas palabras del libro.


Lo que no me gustó:

û  Incluyen cosas incoherentes.
û  Adelantan cosas de los siguientes libros.
û  Juntan personajes: Polifemo y Circe en la misma isla.
û  Pusieron situaciones que nunca pasaron en el libro.
û  No interpretan a Circe, quien representa un papel importante en la historia.
û  Eliminan una parte importante del final.
û  No es tan detallado como el libro.

Quizá haya señalado más reparos sobre la película que cosas buenas, pero es porque el libro presenta una historia increíble y merece una película digna de sí.  Al salir del cine me quedé pensando: ¿Y Circe?, ¿y Grover vestido de novia?, ¿y las pesadillas de Percy? No digo que la película no me haya gustado, porque en serio sí que lo hizo, pero los cambios son enormes.

A los que les fascina leer y no han leído el libro, háganlo. Si ya vieron la película, descubrirán que hay muchas cosas en común y muchas diferencias; elaboren sus propias críticas, compártanlas con alguien, discútanlas. Esto les ayudará, no solo en este momento, sino también para la vida.

Si solo han visto la película y piensan que con eso conocen suficientemente la historia, debo advertirles que no es así. Es cierto que la película es muy buena y con ella pueden aprender mucho (recuerden que vi la película antes de leer el libro), pero se pierden de una gran experiencia, pues en el libro aprenden muchísimo más.

Si no han visto la película ni leído el libro, este es mi consejo: primero lean el libro; así conocerán la historia con todo detalle. ¿Por qué, en mi opinión, es mejor leer el libro antes de ver la película? Simple, al leer el libro después de la película podrías juzgarlo con base en la película, y debe ser al contrario. Además, mucha gente, después de ver la película, dice que ya conoce la historia y no se da la oportunidad de conocerla en su versión original.


Sea cual sea el orden, conozcan ambas versiones: libro y película. No se pierdan de esas experiencias extraordinarias.