El siguiente texto es resultado de una propuesta didáctica sobre la temporalidad. Su autora ha puesto todo su empeño en renarrar el mito sobre Orfeo y Eurídice desde la perspectiva de un personaje, y desde el inframundo, cuando ha perdido a su amor para siempre. Esta actividad también supuso el uso cuidadoso de las expresiones que indican tiempo como los verbos y los adverbios. ¡Disfrútenlo!
Estaba ahí, resbalando hacia una oscuridad profunda de donde provenían gritos de dolor y sufrimiento. Intentaba agarrarme con mis manos blancas como la nieve que al caer se iban tornando grises, sintiendo cómo se me escapaba el alma.
Antes de que mi vida se ahogara en lo profundo, hace algún tiempo, mi corazón
rebosaba de felicidad. Orfeo y yo disfrutábamos de un día espléndido en el
paraíso, con el resplandor del sol en las hojas de los árboles, el viento
fresco que nos rosaba las mejillas y el agua de aquel riachuelo que nos
endulzaba el alma. Jugábamos sin parar, dichosos, recién casados en medio del
bosque, sobre una infinita capa verde que cubría el suelo. Me escondí detrás de
un arbusto, sin que pasara por mi mente la idea de que nuestra felicidad
duraría poco. Recosté mi ligero cuerpo sobre la hierba esperando a que Orfeo me
encontrara. Entre risas y palabras de amor, mi pesadilla apenas comenzaba. De
forma inesperada, sentí cómo una serpiente mordió mi talón y me inyectó su
veneno, haciendo que mi alegría se convirtiera en una desgracia. Alcancé a escuchar a lo lejos la dulce voz de
mi amado diciendo: ‘‘Hermosa doncella, te encontraré’’.
Mis ojos lentamente se cerraron, sentí un dolor insoportable pero mi
mente estaba aferrada a Orfeo, sin dejarse persuadir por la muerte. Volaba
hacia un lugar incierto, donde los árboles estaban secos, sin vida. La inmensa
capa verde había desaparecido. Intenté regresar, pero algo me lo impedía.
Intenté llorar pero no hubo lágrimas. Llegué a un lugar solitario en el que vi
una larga y vieja barca conducida por el terrible Caronte. En ese momento
regresaron a mi mente todos los recuerdos y supe que estaba muerta. Subí a esa
barca, con los pies temblorosos. Mi cuerpo estaba cubierto con un velo blanco
que poco a poco iba desapareciendo.
La barca avanzaba lentamente y a mí se me iba olvidando quién era y por
qué estaba allí. Pero nunca me olvidé de Orfeo, ni siquiera ahora. Lo conservo
en mis recuerdos como el ser más maravilloso sobre la tierra y así él no esté
conmigo, yo estaré siempre con él. En la barca de Caronte sobrevolaba riscos
que parecían ser infinitos, fuego y oscuridad por doquier. Esperaba ver aunque
fuese solo un rayo de luz de esperanza, pero no apareció. En ese momento supe
dónde estaba, en el Hades. Tenía miedo
de bajar de la barca pues no sabía lo que me esperaba.
Almas como yo vagaban, tristes y confundidas, unas sin rumbo y otras
condenadas al sufrimiento eterno. El tiempo era devorado por las llamas y el
bullicio de la pena, hasta el día en que todo se llenó de un aire fresco y de
silencio. Mi corazón empezó a latir fuerte cuando escuchó su hermosa voz,
temblorosa pero fascinante como siempre. Dirigí mi mirada a lo alto de un risco
de donde provenía el melodioso sonido. Me quedé paralizada por un momento y se
escucharon súplicas y llanto. Después de la extraña conversación el Hades quedó
en silencio por unos segundos y luego todo volvió a la normalidad: aire
caliente y ruido aturdidor. Era muy extraño. No lograba entender lo que estaba
sucediendo. Después de algunos minutos sentí una fuerza que me elevaba hacia el
risco y me encontré con el dueño de aquel lugar aterrador. Él me dijo lo que
había sucedido: Orfeo había descendido con el propósito de sacarme de allí y lo
había logrado implorando al son de su lira, con lágrimas en el rostro. Solo
había una condición para poder salir de esa espantosa pesadilla: yo tendría que
ir detrás de Orfeo, sin mirar hacia atrás durante el camino.
Nunca pensé que podría perderlo por segunda vez. Empezamos a salir de
aquel lugar, caminando por un sendero estrecho, con abismos a los lados, pero
eso no importaba pues pronto volvería a escuchar la tierna voz de mi amado
diciéndome al oído: ‘‘Te amo’’. Estábamos cerca, podía escuchar su respiración y
hasta sus latidos. Anhelaba tocar su hombro y decirle: “Aquí estoy para ti,
para vivir juntos una vida plena de nuevo”, pero no me era permitido. Me sentía
impotente.
Podía escuchar los pájaros cantando al ritmo de las hojas secas
arrastradas por el viento, el sol brillaba más que nunca. ¡Volvería a vivir!; feliz
como aquel día en que nos casamos. Pero lo que yo no sabía era que la luz y los
ruidos serían los últimos elementos con los que soñaría el paraíso. Orfeo volteó
su rostro con una expresión de angustia y mis sueños y anhelos se derrumbaron.
Rodé hacia abajo y fue tanta mi tristeza que lloré, con mi rostro inclinado,
cuando estuvo listo para renacer y sentir los labios de Orfeo junto a los míos.
Entre los abismos lo escuché gritar arrepentido y suplicando otra oportunidad,
pero sus lamentos no sirvieron de nada.
Aquí estoy y me quedaré para siempre.
María Lucía Mejía Carvajal
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