…Quisiera aprovechar
las páginas de este prólogo para anotar algunas reflexiones acerca de los problemas
y dificultades que se entrelazan con el estudio de los mitos y la mitología. La
precisión no deja de ser una pretensión arriesgada en este terreno, ya que
hablar del mito es exponerse desde un comienzo a una serie de malentendidos.
Tal vez, pensará algún astuto lector, es esa misma confusión lo que contribuye
a la proliferación de libros y estudios sobre él. Pero aquí trataremos de
ponernos en guardia y, advirtiendo
de antemano que no tenemos ninguna fórmula ni receta, buscaremos proponer
algunas definiciones mínimas de los términos más usados en estas páginas. Podemos
comenzar refiriéndonos a las dificultades que presenta la palabra
"mito". Es evidente que la definición que podemos encontrar en un
diccionario, como por ejemplo el de la Real Academia Española -que dice que es
"fábula, ficción alegórica, especialmente en materia religiosa"-,
deja mucho que desear. Diríase que en esa definición se percibe un tufillo
dieciochesco. Pero, curiosamente, la palabra "mito" ha entrado en los
diccionarios en fecha bastante tardía. No aparece en castellano hasta la edición
del Diccionario de la Academia de 1884, mucho
después que "mitología" y "mitológico", términos ya usados
en el siglo XVIII. En francés aparece en 1811 (Robert), en alemán en 1815 (Grimm), en
inglés en 1830 (OED), y estas fechas son significativas, así como el retraso
del español al respecto. La definición que el mismo diccionario (edición de
1970) da de "mitología" como "historia de los fabulosos dioses y
héroes de la gentilidad" no es menos anacrónica. (Sobre
"gentilidad", dice que es la "falsa religión que profesan los
gentiles o idólatras" o "el conjunto y agregado de todos los
gentiles".)
Frente a la
limitación del uso recogido tan ranciamente por el diccionario, el habla
cotidiana ha convertido el término en una palabra cargada de connotaciones,
peyorativas ("algo falso e indemostrable"), o lo contrario
("algo fabuloso, quimérico") que lo hacen ambiguo e incluso equívoco.
Esas mismas connotaciones pueden llevar a empleos de la palabra bastante
distintos de su acepción más antigua y originaria, y basta pensar en cómo
utilizan el término "mito" algunos escritores marxistas o algún
estructuralista como R. Barthes, para advertir las fáciles desviaciones, en
principio irónicas, luego ya rutinarias, que pueden imprimirse a su sentido.
Por otro
lado, conviene notar que es frecuente en la literatura especializada, en
antropólogos, filósofos, psicólogos, historiadores de la religión, etcétera,
que el término sea tomado en una acepción un tanto restringida, dependiente de
una determinada escuela. Hay muchas definiciones del "mito",
divergentes y discutibles. Por poner un ejemplo, podemos citar el artículo de G.
J. Larson sobre "la definición del mito" (en Myth in Indo-European Antiquity, Berkeley, 1974), donde con afán de
síntesis se perfilan siete definiciones generales, desde diferentes perspectivas;
y ninguna de las siete es, a mi parecer, lo suficientemente precisa y
comprehensiva como para evitar otros intentos de definición.
Los
intentos más simplistas que tratan de caracterizar al mito como referido
siempre a "lo sagrado", a la "historia de los dioses",
etcétera, falla de manera rotunda en cuanto pensamos en la mitología clásica.
El mito de Edipo, pongo por caso, no trata de los dioses y tiene muy poco que
ver con la religión.
En fin,
todo esto parece justificar la desconfianza con que algunos estudiosos tratan
la cuestión. "No hay ninguna definición del mito, ninguna forma platónica
de un mito que se ajuste a todos los casos reales. Los mitos difieren
enormemente por su morfología y su función social", señala G. S. Kirk en
un libro importante sobre el tema (El
mito: su significado y funciones en
las distintas culturas, traducción española, Barcelona, 1973, p. 21).
Pero ahora no pretendemos decidir con una definición
general qué es el mito ni postular una referencia única para todos los
usos del término, cosa que sería muy difícil de conseguir, si no imposible.
Nos contentaremos con indicar, más modestamente, en qué sentido usamos aquí,
en estas páginas, ese vocablo tan manipulado y controvertido. Para ello nos
serviremos de una definición mínima, que tenga en cuenta la cautela y las
advertencias críticas de G. S. Kirk y otros estudiosos de estos temas.
Precisamos, pues, que entendemos por
"mito" un "relato tradicional que cuenta la actuación memorable
de unos personajes extraordinarios en un tiempo prestigioso y lejano".
Con esta definición pragmática pretendemos resaltar algunos trazos que nos
parecen pertinentes y evitar otros menos relevantes, a nuestro entender. En
primer lugar, todo mito es un relato o narración, que refiere unos
hechos situados en un pasado remoto. Con esto queda dicho que el mito es más
que un agregado de símbolos; es una secuencia narrativa. Ese es el sentido
básico y originario del griego mythos: una historia o cuento, en el
sentido más amplio de esos términos (el que tiene inglés story o tale).
Y es tradicional, algo que se cuenta y se repite desde antes, que
llega del pasado como una herencia narrativa y es propiedad comunitaria, un
recuerdo colectivo y no personal. El mito pertenece a la memoria de la gente y
el terreno de la mitología es el ámbito de esa memoria popular.
A este carácter tradicional que postulamos puede
replicarse con la observación de que algún gran escritor y filósofo, como
Platón, también ha inventado algunos mitos. Pero tal invención es ante todo una
recreación de relatos de corte tradicional, hecha sobre una pauta previa y un
esquema típico. Los mitos platónicos son, por decirlo así, mitos secundarios, de
segunda mano, que sólo al ser memorizados por la colectividad podrían devenir
mitos auténticos.
Hay entre los relatos tradicionales una posible
división entre "mitos", "leyendas" y "cuentos
populares", que algunos estudiosos, como Frazer o Malinowski, consideran
importante. Los mitos tratarían de temas fundamentales en la concepción de la
vida y el mundo, como el de los orígenes del universo y la vida, el hallazgo
de las artes, los cambios de la vegetación, la necesidad de la muerte. Las
leyendas, según Frazer, son "tradiciones, orales o escritas, que relatan
las aventuras de gente real en el pasado, o que describen sucesos, no
necesariamente humanos, que se dice ocurrieron en determinados lugares"; mientras
que los cuentos populares (inglés folktales, alemán Märchen) son "puramente imaginativos, sin ninguna otra finalidad que el
entretenimiento del oyente y sin que reclamen realmente su credulidad". La
distinción, sin embargo, resulta más clara en la teoría abstracta que en su
aplicación concreta. Es cierto que hay algunos trazos que la apoyan: los mitos
se refieren a un pasado más lejano que el de las leyendas, mientras que los
cuentos populares se refieren a un tiempo totalmente indeterminado, el de
"érase una vez..." y a un espacio sin relación con la geografía real,
en la que se ubican las leyendas e incluso algunos mitos. Los personajes de los
cuentos no tienen una personalidad propia, sino que se agotan en su función de
protagonistas de la trama, mientras que los héroes de las leyendas y los mitos
tienen nombres y familias definidos y fijos. Pero, aun así, el trazar una
distinción tajante entre unos y otros relatos parece a muchos algo difícil y
poco útil (cf. R. Chase, The Quest for Myth, Westport, Conn., 2.a ed., 1969, pp.
75 y ss.; Kirk, op. cit., pp.
47 y ss.). Los griegos daban el nombre de mythoi
a los tres tipos o especies del relato tradicional anónimo y heredado. Y
una de las características del repertorio de mitos helénicos es la dificultad
para distinguir lo que podríamos llamar "mitos propios" de las
"leyendas", aplicando el esquema de Frazer.
Otros dos rasgos del mito son su carácter dramático
y su valor ejemplar. Como indicaba E. Cassirer, "el mundo del
mito es un mundo dramático, un mundo de acciones, de fuerzas, de poderes en
conflicto". El modo narrativo que caracteriza al relato mítico está
fundado en la dramaticidad, es decir, en la acción —drama, etimológicamente
significa eso—. Y en esto estriba uno de los puntos de su oposición al lógos,
que es "razón, razonamiento y discurso teórico". Sobre esta
oposición volveremos luego. Ahora basta con indicar que el mito se reconoce
por un estilo propio de narración dramática (en ese amplio sentido en el que se
puede decir que los amoríos de los dioses, por ejemplo, son historias
dramáticas). Ese aspecto dramático puede luego vincularse a rituales
determinados, pero éste es otro tema.
Quisiera ahora señalar que al decir que el mito es
ejemplar no nos referimos a que lo sea moralmente, sino a algo más amplio y tal
vez poco precisado por este adjetivo. En la narración mítica la comunidad ve
algo que merece ser recordado como ilustración de sus costumbres, como
explicación del mundo, como algo que confiere un sentido a ciertas ceremonias.
El mito tiene una función social (en esto han insistido Malinowski y los llamados
antropólogos "funcionalistas", con demasiada sencillez), que no hay
que olvidar. En eso aventaja al cuento que, según Frazer, sirve sólo para
entretenimiento de los oyentes. (Pero el viejo Tucídides pensaba lo mismo de
los mitos confrontados a la veracidad del saber histórico.)
Algo así quiere destacar W. Burkert al definir el mito
como un "cuento tradicional aplicado a algo importante: myth is a
traditional tale with secondary, partial reference to something of collective
impórtame" (Structure and History in Greek My-thology and Ritual, Berkeley,
1979, p. 23). Por eso el mito es digno de mención en ciertas
ceremonias, y contribuye a la cohesión de la comunidad la evocación de los
mitos, patrimonio común. Este rasgo entronca directamente con el carácter
tradicional de tales relatos memorables. A su manera el mito ofrece una
explicación del mundo y de la sociedad, explicación que luego el progreso
racional puede mostrar que es insuficiente o fantástica, pero que ha servido
en una época para domesticar, por así decir, a la medida del hombre su entorno
natural, confiriendo un sentido humano a procesos y causas que estaban más allá
de la comprensión por otros medios que no fueran el relato mítico.
La tradición ha alterado luego la función del mito, y esto es muy notable en la
transmisión de la mitología griega. Píndaro utiliza el mito como un paradigma,
al servicio de su ideología conservadora y aristocrática, mientras que los trágicos
atenienses escenifican los conflictos de las sagas heroicas con un propósito
muy distinto. La tragedia griega se construye sobre los temas míticos, pero
los héroes se convierten en testigos de la grandeza y la fragilidad de la
enigmática condición humana. Al evocar el mito, el relato situado en ese lejano
pasado heroico, la tragedia cuestiona el presente. También así cumple el mito
una función social. "El mito", —señala J. P. Vernant- "en su
forma auténtica, aportaba respuestas sin formular jamás explícitamente los
problemas. La tragedia, al retomar las tradiciones míticas, las utiliza para
plantear, a través de éstas, problemas que no comportan una solución" (Mythe
et société en Grece ancienne, París, 1974, p. 206).
Creo que algunos estructuralistas pasan demasiado
por alto esta función social de los mitos, que es uno de los trazos pertinentes
para distinguirlos de los cuentos (como advierte muy bien Propp en Las
raíces históricas del cuento, traducción española, Madrid, 1974, pp. 30 y ss.)
y lo que fundamenta su larga transmisión, así como las variaciones de ésta.
Calificar de "extraordinarios" a los
personajes de los relatos míticos puede parecer muy vago. ¿Por qué no hablar de
dioses, seres divinos, sobrenaturales, o preternaturales, como se dice en
tantas obras? "La mitología cuenta historias de dioses", afirma, sin
más, algún reputado manual mitológico. Es verdad que los mitos hablan de los
dioses antiguos, pero también hablan de otros seres. En la mitología griega
los héroes —categoría muy difícil de determinar, incluso con la ayuda del
excelente libro de A. Brelich- ocupan un lugar casi tan amplio como los dioses.
Y famosos héroes, como Ulises, Jasón, Teseo o Edipo, son demasiado humanos,
tienen un parentesco familiar harto lejano con los dioses, y actúan en un
horizonte tan terreno que, en muchos casos, la calificación de
"divinos" o "sobrenaturales" no concuerda con su condición
real. Decir que son extraordinarios es, al menos, distinguirlos de los
demás, de los efímeros mortales no heroicos que somos indignos de ser evocados
en relatos de este género tradicional.
La narración mítica se refiere siempre a un pasado prestigioso
y lejano. En el famoso mito de las edades que cuenta Hesíodo hay una Edad
de los Héroes, que precede a nuestra época, a la época de Hesíodo, a la edad
del hierro. Los últimos mitos se refieren a ese tiempo heroico, mientras que
algunos mitos tratan del principio de los tiempos, al narrar la teogonía y la
cosmogonía. Entre los mitólogos ha sido quizá M. Eliade quien más ha insistido
en ese tiempo distinto, lejano, sacro, del mito, como un tiempo opuesto al
mundanal e histórico tiempo en que nos movemos. Es el tiempo de los orígenes de
las cosas, el tiempo en que los hombres hablaban con los dioses, el tiempo del
que nos separa la historia y nuestra mentalidad, el tiempo del eterno retorno
y del nunca jamás. En el mundo de la mitología griega ese pasado mítico es
sentido como algo no excesivamente lejano, y los mitos heroicos están más cerca
de la leyenda que del "mito propio", en la distinción de Frazer.
Pensemos, por ejemplo, en las sagas heroicas relativas a la guerra de Troya o
a la conquista de Tebas, que podían situarse en un siglo no muy lejano a la
época en que componía Homero sus poemas, sólo tres o cuatro siglos antes.
Para nuestra definición del mito podemos prescindir
de disquisiciones acerca del "pensamiento mítico" como una modalidad
opuesta al pensamiento lógico, bien en el sentido de representar la expresión
de una mentalidad prelógica (Lévy-Bruhl) o de una emotividad e imaginación
singular, mitopoética (Cassirer), o del pensamiento salvaje que recurre a un
lenguaje distinto y a un código diverso para exponer su visión del mundo (como
indicó Lévi-Strauss). Las investigaciones sobre el sentido de la mitología y
sus interpretaciones filosóficas y antropológicas forman el tema de una
historia apasionante, pero en la que no podremos demorarnos aquí, ya que nos
desviaría de nuestro tema, que es más sencillo: destacar la relación entre el
relato mítico y su tradición literaria.
Conviene, a este propósito, distinguir entre un mito
y una versión del mismo en un texto determinado. La interpretación de un mito
es diferente de la interpretación de un texto que refleja el mito en una forma
peculiar, en un género literario y en un contexto histórico determinado.
Homero, Píndaro, Sófocles y Apolodoro pueden referirnos un mismo mito de modos
muy diferentes. El relato mítico tiene un valor paradigmático en cuanto relato
tradicional que las diversas versiones recogen como realizaciones singulares.
Un mito viene determinado por la suma y el contraste de esas versiones y las
variaciones de las mismas. Pero conviene que evitemos el prejuicio idealista
de suponer que el mito existe por sí mismo, al margen de esas realizaciones
literarias -y de las realizaciones orales que hemos perdido—. Las variaciones
diacrónicas de la narración corresponden a su dimensión histórica. Al ser
recontado el mito se altera y en esa alteración el mito guarda los trazos de lo
histórico, de lo que ni siquiera el mito se escapa.
Con esto hacemos una pausa en nuestra consideración
y pasamos a otro tema: el de la oposición entre relato mítico y relato
histórico, el enfrentamiento entre la mitología y la historiografía. Se trata
de una oposición en la que se ha insistido menos que en la famosa mythos frente
a lógos en la historia del espíritu griego, pero que tal vez no sea
menos interesante que ésta.
Ya hemos aludido a la oposición entre mythos y
lógos en cuanto al modo narrativo. Lógos es un término mucho más
amplio que tiene los valores de "relato, narración", pero también
muchos otros significados, como los de "palabra, frase, tratado, razón,
razonamiento, proporción", etc., que exceden al campo semántico de mythos.
También el mito puede ser designado con el término indiferenciado de lógos.
Los mitos son llamados a veces hieroi lógoi, "discursos o relatos sagrados". El
enfrentamiento entre ambos términos se produce en la época de la sofística,
cuando se quiere resaltar el valor del lógos como razón y razonamiento,
como método único para alcanzar la verdad, frente al saber dudoso del mythos
arcaico e indemostrable. Tucídides, Eurípides, Platón, son los primeros
testigos de esa oposición que marca una etapa en la cultura griega. Del mito no
se puede "dar razón", lógon didónai; el mito reclama una fe
ingenua que los ilustrados del siglo V a. C. no puedan ya concederle; como
explicación de lo real el mito se revela inapropiado a las exigencias
racionales de esa época. Los filósofos desprecian el saber de los mitos y la
inmoralidad de la mitología. El prestigio de la tradición vale de poco.
"Los ojos son mejores testigos que los oídos", dice Heráclito. La
inquisición racional del filósofo deja de lado las explicaciones míticas. Su
admirarse descubre la insuficiencia de las tradicionales creencias y exige una
nueva coherencia lógica a la concepción del universo. Como el mito, también la
filosofía indaga el comienzo y el fundamento, la arché, de las cosas,
pero por otro camino, el racional.
Pero esa interpretación del progreso del pensamiento
griego como una larga marcha del mito al razonamiento, vom Mythos zum
Logos, según el título de un conocido libro de W. Nestle, es asunto bien
conocido y en el que no vamos a detenernos aquí. Nuestra intención ahora es
poner de relieve otra contraposición: la del mito y la historia, en dos planos,
en el de la referencia real de ambos saberes y el de la expresión de los
mismos, es decir, la contraposición entre mitología e historiografía.
El vocablo hitoríe (cuya forma ática es historía)
significa "indagación, investigación" y en la primera frase de la
Historia de Heródoto va unido al término apódexis, "exposición,
demostración". Ya en esta primera frase de Heródoto hay una oposición a
la narración tradicional de los mitos: "Esta es la exposición del
resultado de las investigaciones de Heródoto de Halicarnaso para evitar que,
con el tiempo, los hechos humanos queden en el olvido..." (Así la acertada
traducción de C. Schrader). Es la encuesta personal, la crítica racional y la
experiencia propia lo que se valora frente a lo incierto e inconsistente de los
mitos. Una de las pocas frases conservadas de Hecateo de Mileto, el predecesor
jonio de Heródoto, dice tajantemente: "Muchos y ridículos son los relatos
tradicionales (lógoi) de los griegos; pero yo, Hecateo, digo lo
siguiente". Tucídides coincide con sus predecesores en ese rechazo de los
elementos fabulosos, de lo mythódes, y extrema sus críticas y sus
precauciones (cf. Historia de la guerra del Peloponeso, I, pp. 21-22).
Claramente afirma que deja el pasado inaveriguable y se ciñe a los datos bien
atestiguados del presente y del pasado cercano, de los que puede reunir
testimonios fidedignos, que le permitan un relato verídico. En él culmina ese
proceso de desconfianza y de acribia histórica, que prescinde de las leyendas
poéticas para afirmar la tarea seria del historiador. Lo mítico, como la guerra
de Troya, queda abandonado a los poetas, "que mucho mienten" (decía
Solón), y los sacerdotes.
Sobre la veracidad del mito no caben demostración ni
testimonios. Del mito no hay una apódexis posible, ya que lo que cuenta
no tiene una referencia empírica y directa en la realidad sensible. El mito
habla de thaúmata, de “hechos
admirables”, como también la historiografía de Heródoto, pero su versión no
tiene la verosimilitud ni la coherencia lógica del relato histórico. Tucídides
pone en relación lo mítico con el placer de la "audición", la acróasis,
mientras que la tarea del historiador se justifica por la utilidad de lo
que expone para el conocimiento de lo real.
No conocemos la etimología de la palabra mythos. La
de la palabra historia la relaciona con la raíz indoeuropea que significar
"ver": vid-. Historia es el informe del "que ha
visto", *vid-tor- > histor-. La información de visu es
esencial para este relato, mientras que nadie ha visto lo que el mito cuenta.
El mito se escucha, porque lo que refiere siempre ha sucedido en ese pasado
inaccesible a la experiencia humana, de los actuales efímeros, ya que es lo
que pasó en ese otro tiempo de los dioses y los héroes. El historiador antiguo
es, como Heródoto, un viajero que va "con afán de investigar", theories
héneka, por el ancho escenario de la historia recogiendo testimonios de lo
que él afirma y criticando las tradiciones locales. Poco o nada tiene que ver
con el mitólogo que repite las viejas historietas tradicionales. Está mucho
más cerca del filósofo, ciertamente. Tal vez, como en el caso del buen
Heródoto, al historiador le gusta escuchar los pintorescos mythoi de tal
o cual pueblo; pero si los transmite, lo hace con una sonrisa escéptica e irónica,
como un embellecimiento accesorio de su obra.
Queda claro que entre ambos relatos, el mitológico y
el historiográfico, hay una notoria oposición. Pero en las versiones del mito
se introducen notas del contexto social, y en ese sentido, decíamos, las
versiones del mito guardan los trazos, la impronta, de un momento determinado
de la historia.
En algunos pueblos los mitos están ligados a la
literatura religiosa, custodiada por una casta o un grupo profesional de
personas. En tal caso los mitos son la literatura sagrada, y la organización
eclesiástica local vela por su transmisión inalterada, ya estén encomendados a
la memoria de los sacerdotes o a un libro sagrado. Así sucede en la tradición
hindú o en la hebrea. Pero en Grecia la cosa es diferente. Aunque los mitos son
en muchos casos literatura religiosa y están en conexión con las creencias y
ritos locales, sin embargo, no son monopolios de ningún grupo social en su tradición,
ni están encomendados a los sacerdotes, sino a los poetas, educadores
tradicionales del pueblo griego hasta que los filósofos vinieron a reclamar
esta competencia. Eso confiere a los mitos griegos una flexibilidad y una
libertad que no tiene la transmisión mitológica en otros pueblos. Los mitos
griegos han variado notablemente en su tradición secular, por esa misma
apertura y libertad de transmisión.
Los mitos no tienen una fijeza dogmática, sino que
postulan una credibilidad un tanto vaga y general, en contraste con la fe
requerida por los textos dogmáticos de ciertas religiones o los textos
"revelados", frente a los que no se admiten disidencias. En tal
sentido la religión antigua era algo mucho más liberal que la tradición
cristiana o la musulmana o la hebraica. Y los mitos, junto con los ritos,
aunque ligados a la concepción religiosa del mundo y la existencia,
significaban algo distinto que lo que han sido luego los catecismos, algo que
era mucho más vivaz, más poético y más literario, e incluso, si así se quiere,
"más frívolo" (en el sentido en que Nietzsche decía que la
"frivolidad era una de las más bellas características de los dioses
griegos") que los relatos de otros textos religiosos más familiares para
nosotros.
Tanto para la fundación de la historiografía como
para la de la filosofía hay un hecho fundamental: la divulgación de la
escritura, que no es sólo un instrumento de civilización, sino también un nuevo
terreno para la discusión y la demostración del saber. J. P. Vernant ha
destacado muy bien lo decisiva que es para la tradición del mito la aparición
de la escritura...
Carlos García Gual. En:Mitos, Viajes,
Héroes. Fondo De Cultura Económica. España 2011