SENTIDO DEL VIAJE

"... A menos que esté fija, destinada a la repetición perpetua, la vida es movimiento, desplazamientos; sobre todo con la época actual, en que la aceleración de los cambios nos pone frente a los ojos de un mundo constantemente remodelado que obliga a redefinirse sin descanso el lugar que uno ocupa en él, los puntos de referencia que le dan sentido". Michele Pétit.

domingo, 8 de diciembre de 2013

LOS CABALLOS DE AQUILES

Constantino Cavafis

Cuando vieron muerto a Patroclo,
que era tan valeroso, y fuerte, y joven,
los caballos de Aquiles comenzaron a llorar;
sus naturalezas inmortales se indignaban
por esta obra de la muerte que contemplaban.
Sacudían sus cabezas y agitaban sus largas crines,
golpeaban la tierra con las patas, y lloraban a Patroclo
al que sentían inanimado -destruido-
una carne ahora mísera -su espíritu desaparecido-
indefenso -sin aliento-
devuelto desde la vida a la gran Nada.
Las lágrimas vio Zeus de los inmortales
caballos y apenose. "En las bodas de Peleo"
dijo "no debí así irreflexivamente actuar;
¡mejor que no os hubiéramos dado caballos míos
desdichados! Qué buscabais allí abajo
entre la mísera humanidad que es juego del destino.
A vosotros que no la muerte acecha, ni la vejez
efímeras desgracias os atormentan. En sus padecimientos
os mezclaron los humanos". -Pero sus lágrimas
seguían derramando los dos nobles animales
por la desgracia sin fin de la muerte.

TROYANOS

Constantino Cavafis.


Son los esfuerzos nuestros, de los desventurados,
son los esfuerzos nuestros como los de los troyanos.
Algo conseguimos; nos reponemos
un poco; y empezamos
a tener coraje y buenas esperanzas.
Pero siempre algo surge y nos detiene.
Aquiles en el foso enfrente a nosotros
sale y con grandes voces nos espanta.-
Son los esfuerzos nuestros como los de los troyanos.
Creemos que con decisión y audacia
cambiaremos la animosidad de la suerte,
y nos quedamos afuera para combatir.
Mas cuando sobreviene la gran crisis,
nuestra audacia y decisión desaparecen;
se turba nuestra alma, paralízase;
y en torno de los muros corremos
buscando salvarnos con la fuga.
Empero nuestra caída es cierta. Arriba,
sobre las murallas, comenzó ya el lamento.
Lloran sentimientos y recuerdos de nuestros días.

Amargamente por nosotros Príamo y Hécuba lloran.

domingo, 17 de noviembre de 2013

LABERINTO

                                                            Jorge Luis Borges

No habrá nunca una puerta. Estás adentro
y el alcázar abarca el universo
y no tiene ni anverso ni reverso
ni externo muro ni secreto centro.

No esperes que el rigor de tu camino
que tercamente se bifurca en otro,
que tercamente se bifurca en otro,
tendrá fin. Es de hierro tu destino

como tu juez. No aguardes la embestida
del toro que es un hombre y cuya extraña
forma plural da horror a la maraña

de interminable piedra entretejida.
No existe. Nada esperes. Ni siquiera
en el negro crepúsculo la fiera.


De "Elogio de la sombra"

jueves, 14 de noviembre de 2013

ESCUCHANDO A HOMERO

Fernando Denis - Colombia
De una tela de Darío Ortiz

¿Dónde han quedado las voces, oh sombra?
¿El mar que las trajo, el verso y el terror, dónde están?
Entre arenales cuatro hombres me persiguen,
cuatro rayos que no pueden ver mis ojos apagados
a esta hora en que Grecia espera ser iluminada.
Caerá una lluvia de oro para las mentes.
Yo hablaré entre los mármoles y las velas con la voz de las islas,
les daré mi nombre a las cosas que al mar entregué.
Escuchando a Homero
Pintura de Darío Ortiz Robledo
El mensajero de los dioses me trajo la lengua griega,
el sabio consejo de Ulises.
Me dolió la suerte de los guerreros bajo la luna
que todavía sangra en las orillas.
Oh, musa, háblame.
Ya que me has otorgado la edad y la antorcha
pero también el laberinto
dime ¿cómo puedo negar algo tan bello?
¿Por qué detrás de los libros viajeros
la rosa aún conserva la forma que le diste?
Oh, noche, espejo, mar incansable resonando como una cítara,
puedo hundirme contigo ahora detrás del viento
y ahogar mi voz en los colores como los pájaros.

miércoles, 13 de noviembre de 2013

LA CASA DE ASTERIÓN

Jorge Luis Borges

Y la reina dio a luz un hijo que se llamó Asterión.
Apolodoro: Biblioteca, III,I

Sé que me acusan de soberbia, y tal vez de misantropía, y tal vez de locura. Tales acusaciones (que yo castigaré a su debido tiempo) son irrisorias. Es verdad que no salgo de mi casa, pero también es verdad que sus puertas (cuyo número es infinito)[1] están abiertas día y noche a los hombres y también a los animales. Que entre el que quiera. No hallará pompas mujeriles aquí ni el bizarro aparato de los palacios, pero sí la quietud y la soledad. Asimismo hallará una casa como no hay otra en la faz de la Tierra. (Mienten los que declaran que en Egipto hay una parecida.) Hasta mis detractores admiten que no hay un solo mueble en la casa. Otra especie ridícula es que yo, Asterión, soy un prisionero. ¿Repetiré que no hay una puerta cerrada, añadiré que no hay una cerradura? Por lo demás, algún atardecer he pisado la calle; si antes de la noche volví, lo hice por el temor que me infundieron las caras de la plebe, caras descoloridas y aplanadas, como la mano abierta. Ya se había puesto el Sol, pero el desvalido llanto de un niño y las toscas plegarias de la grey dijeron que me habían reconocido. La gente oraba, huía, se prosternaba; unos se encaramaban al estilóbato del templo de las Hachas, otros juntaban piedras. Alguno, creo, se ocultó bajo el mar. No en vano fue una reina mi madre; no puedo confundirme con el vulgo; aunque mi modestia lo quiera.

El hecho es que soy único. No me interesa lo que un hombre pueda trasmitir a otros hombres; como el filósofo, pienso que nada es comunicable por el arte de la escritura. Las enojosas y triviales minucias no tienen cabida en mi espíritu, que está capacitado para lo grande; jamás he retenido la diferencia entre una letra y otra. Cierta impaciencia generosa no ha consentido que yo aprendiera a leer. A veces lo deploro porque las noches y los días son largos.

Claro que no me faltan distracciones. Semejante al carnero que va a embestir, corro por las galerías de piedra hasta rodar al suelo, mareado. Me agazapo a la sombra de un aljibe o a la vuelta de un corredor y juego a que me buscan. Hay azoteas desde las que me dejo caer, hasta ensangrentarme. A cualquier hora puedo jugar a estar dormido, con los ojos cerrados y la respiración poderosa. (A veces me duermo realmente, a veces ha cambiado el color del día cuando he abierto los ojos). Pero de tantos juegos el que prefiero es el de otro Asterión. Finjo que viene a visitarme y que yo le muestro la casa. Con grandes reverencias le digo: Ahora volvemos a la encrucijada anterior o Ahora desembocamos en otro patio o Bien decía yo que te gustaría la canaleta o Ahora verás una cisterna que se llenó de arena o Ya verás cómo el sótano se bifurca. A veces me equivoco y nos reímos buenamente los dos.
No sólo he imaginado esos juegos; también he meditado sobre la casa. Todas las partes de la casa están muchas veces, cualquier lugar es otro lugar. No hay un aljibe, un patio, un abrevadero, un pesebre; son catorce (son infinitos) los pesebres, abrevaderos, patios, aljibes. La casa es del tamaño del mundo; mejor dicho, es el mundo. Sin embargo, a fuerza de fatigar patios con un aljibe y polvorientas galerías de piedra gris he alcanzado la calle y he visto el templo de las Hachas y el mar. Eso no lo entendí hasta que una visión de la noche me reveló que también son catorce (son infinitos) los mares y los templos. Todo está muchas veces, catorce veces, pero dos cosas hay en el mundo que parecen estar una sola vez: arriba, el intrincado Sol; abajo, Asterión. Quizá yo he creado las estrellas y el Sol y la enorme casa, pero ya no me acuerdo.

Cada nueve años entran en la casa nueve hombres para que yo los libere de todo mal. Oigo sus pasos o su voz en el fondo de las galerías de piedra y corro alegremente a buscarlos. La ceremonia dura pocos minutos. Uno tras otro caen sin que yo me ensangriente las manos. Donde cayeron, quedan, y los cadáveres ayudan a distinguir una galería de las otras. Ignoro quiénes son, pero sé que uno de ellos profetizó, en la hora de su muerte, que, alguna vez llegaría mi redentor. Desde entonces no me duele la soledad, porque sé que vive mi redentor y al fin se levantará sobre el polvo. Si mi oído alcanzara todos los rumores del mundo, yo percibiría sus pasos. Ojalá me lleve a un lugar con menos galerías y menos puertas. ¿Cómo será mi redentor?, me pregunto. ¿Será un toro o un hombre? ¿Será tal vez un toro con cara de hombre? ¿O será como yo?

El Sol de la mañana reverberó en la espada de bronce. Ya no quedaba ni un vestigio de sangre.
-¿Lo creerás, Ariadna? -dijo Teseo-. El minotauro apenas se defendió.





[1] El original dice catorce, pero sobran motivos para inferir que en boca de Asterión, ese adjetivo numeral vale por infinitos.

HELENA

                                                                                      Fernando Denis

Grecia, tú que sabes mi nombre, dímelo.
He sido arrojada a esta playa como una ola fosforescente,
he sido otra vez un ave descalza sobre la arena,
midiendo el poderío de esta luz;
aún siento el rumor de los versos que encendían las lámparas
mientras yo enfermaba de belleza,
lloraba detrás de los desiertos, en los jardines brumosos
donde el guerrero esculpía la piedra
y afilaba sus cuchillos.
¿Dónde está la historia del fuego, dónde sus fábulas?
El libro del fuego se abre como una candente ciudad en ruinas
donde salmos
y bosques nocturnos
arden en la primavera.
Lentamente sus páginas me van borrando…
El sueño se derrama sobre mí como una lluvia de oro
en las tinieblas;
infinitas mariposas muertas rodean la playa.
El tiempo que me convierte en una efigie de la guerra
ahora me abandona,
me otorga su irascible reloj de arena.
¿Quién dirá en el infierno algo sobre la belleza que perdí,
sobre los días que quemaron mi arcilla íntima?
Dentro de mí hay un verano, el más ardoroso de todos.
¿Cuántas plagas rodearon la cabeza del griego que me besó
en los aposentos, en la penumbra donde yo era una gacela
encantada con fuego en las pupilas?
No sé qué agonías tejieron su corazón deshabitado,
pero fueron muchas.
Y él, Menelao, el más celoso de los mortales,
jamás pudo dormir a mi lado, jamás durmió:
el fuego intolerable que crispaba las cenizas de mis palabras
lo consumía.
En los altares murmuro mis obligaciones con la divinidad.
Veo las columnas, las ánforas, el cristal nervioso de las aguas
donde me asomo y avivan los truenos, los relámpagos,
y sé que moriré un día entre esas llamas.
Para poner mis pies sobre la aurora de las calles
un cadencioso lino egipcio cubre mi piel, me rodeo
de tal forma que no noten demasiado
el candoroso efluvio de hermosura que aún me queda,
el brillo de una sensualidad agotadora que todavía
es música entre los hombres.
No soy salvaje y terrible como muchos lo creen; soy dulce,
y con albas manos y labios sedientos he sostenido las soberbias de un rey.
Si aún soy Helena ante los muros de Grecia, ante los mares de Grecia,
bajo el cielo lustroso que preserva los mitos, que todo lo ve
desde sus azules estancias,
si aún hay oído para esta voz melindrosa
que ruega en las sombras, entre los muertos de una guerra infame,
Zeus sabrá que no fui yo la que trajo tal zozobra,
que sólo fui una imagen para el recuerdo de la noche griega,
que aún arden mis nervios ante el claro
ruiseñor de los desiertos, su canto embriagado de metáforas.

jueves, 7 de noviembre de 2013

LA TELA DE PENÉLOPE O QUIÉN ENGAÑA A QUIÉN

Hace muchos años vivía en Grecia un hombre llamado Ulises (quien a pesar de ser bastante sabio era muy astuto), casado con Penélope, mujer bella y singularmente dotada cuyo único defecto era su desmedida afición a tejer, costumbre gracias a la cual pudo pasar sola largas temporadas.

Dice la leyenda que en cada ocasión en que Ulises con su astucia observaba que a pesar de sus prohibiciones ella se disponía una vez más a iniciar uno de sus interminables tejidos, se le podía ver por las noches preparando a hurtadillas sus botas y una buena barca, hasta que sin decirle nada se iba a recorrer el mundo y a buscarse a sí mismo.

De esta manera ella conseguía mantenerlo alejado mientras coqueteaba con sus pretendientes, haciéndoles creer que tejía mientras Ulises viajaba y no que Ulises viajaba mientras ella tejía, como pudo haber imaginado Homero, que, como se sabe, a veces dormía y no se daba cuenta de nada.

Augusto Monterroso.


John William Waterhouse, 1912.

lunes, 4 de noviembre de 2013

COMENTARIO SOBRE PERCY JACKSON 2. EL MAR DE LOS MONSTRUOS

Sofía Sarria Aguirre


Hay muchas formas de conocer una historia. A veces vamos del libro a la película. Otras veces, al contrario. Como sea, son distintas las circunstancias que nos motivan a hacerlo. Por eso, hoy quiero compartirles mi experiencia de acercamiento a la saga de Percy Jackson, a propósito del reciente estreno de la segunda película. Espero que los que lean este texto se enteren que lo escribo motivada por el disfrute de vivir entre los libros y, también, de ir al cine con mis amigas y familia los fines de semana.

Preludio

La gente que no está acostumbrada a leer, prefiere ver las películas que se adaptan sobre alguna obra. Estoy segura de que muchas personas que conocen la saga de Crepúsculo o de Harry Potter se saben de memoria los diálogos de las películas, pero jamás han tocado los libros. 
Pero quienes vivimos entre libros, vamos recreando la historia al imaginar las situaciones como se describen, y cuando releemos el libro, lo podemos imaginar de una manera totalmente distinta a como lo hicimos la primera vez, y es probable que nuestro interés al ver la película, sea solo analizar qué cambios tuvo respecto al libro en que se basó.

Mi experiencia

En varias ocasiones he visto la película adaptada de un libro y después lo he leído. Con Percy Jackson me pasó algo particular. Les compartiré mi experiencia.

Todo inició cuando una prima me mostró la primera película, “Percy Jackson y el ladrón del rayo”. Quedé fascinada. Y cuando me dijo que estaba disponible el libro en el que se basó, fui a comprarlo enseguida. Cuando estaba en la librería apareció frente a mí, un libro del mismo tamaño pero con una cubierta naranja y un puente colgante como de película de terror y tres siluetas atravesándolo. En letra blanca y grande decía: EL MAR DE LOS MONSTRUOS. Percy Jackson y los dioses del Olimpo ll. Los compré. Ahí fue cuando todo inició. Después adquirí los libros que seguían y también me encantaron.

Libro vs. Película

Cuando supe que saldría la película del segundo libro, me llené de ilusión. Imaginaba todo como se presenta en el libro: los toros de bronce, Polifemo, Circe, Percy convertido en conejillo de indias…. Todo. Fui a verla a las pocas semanas de estar en cartelera. Era la primera vez que veía una película después de leerme el libro, y fue algo interesante. Por una parte, sabía lo que iba a pasar, pero por otra, me sorprendí al ver cosas tan distintas. Por ejemplo, Polifemo y Circe nunca vivieron en la misma isla, ni hay un parque de diversiones llamado Circeland, y Cronos no se alza en ese libro y tampoco de esa forma, a Circe la mencionan varias veces, pero nunca aparece.



Voy a enunciar las características que más me gustaron de la película y luego las que no lo hicieron:

Lo que más me gustó:

ü  Presenta una imagen nueva de la historia.
ü  Puedes ver la interpretación de las expresiones de los personajes que cuesta imaginar.
ü  Toma lo más importante del libro y le da la misma importancia que en este.
ü  Representa bien los personajes míticos.
ü  Ayuda a representarse mejor a personajes grandes como los monstruos.
ü  El final en suspenso con las mismas palabras del libro.


Lo que no me gustó:

û  Incluyen cosas incoherentes.
û  Adelantan cosas de los siguientes libros.
û  Juntan personajes: Polifemo y Circe en la misma isla.
û  Pusieron situaciones que nunca pasaron en el libro.
û  No interpretan a Circe, quien representa un papel importante en la historia.
û  Eliminan una parte importante del final.
û  No es tan detallado como el libro.

Quizá haya señalado más reparos sobre la película que cosas buenas, pero es porque el libro presenta una historia increíble y merece una película digna de sí.  Al salir del cine me quedé pensando: ¿Y Circe?, ¿y Grover vestido de novia?, ¿y las pesadillas de Percy? No digo que la película no me haya gustado, porque en serio sí que lo hizo, pero los cambios son enormes.

A los que les fascina leer y no han leído el libro, háganlo. Si ya vieron la película, descubrirán que hay muchas cosas en común y muchas diferencias; elaboren sus propias críticas, compártanlas con alguien, discútanlas. Esto les ayudará, no solo en este momento, sino también para la vida.

Si solo han visto la película y piensan que con eso conocen suficientemente la historia, debo advertirles que no es así. Es cierto que la película es muy buena y con ella pueden aprender mucho (recuerden que vi la película antes de leer el libro), pero se pierden de una gran experiencia, pues en el libro aprenden muchísimo más.

Si no han visto la película ni leído el libro, este es mi consejo: primero lean el libro; así conocerán la historia con todo detalle. ¿Por qué, en mi opinión, es mejor leer el libro antes de ver la película? Simple, al leer el libro después de la película podrías juzgarlo con base en la película, y debe ser al contrario. Además, mucha gente, después de ver la película, dice que ya conoce la historia y no se da la oportunidad de conocerla en su versión original.


Sea cual sea el orden, conozcan ambas versiones: libro y película. No se pierdan de esas experiencias extraordinarias.

domingo, 13 de octubre de 2013

ELECTRA EN LA NIEBLA (1)

En la niebla marina voy perdida,
yo, Electra, tanteando mis vestidos
y el rostro que en horas fui mudada.
Ahora sólo soy la que ha matado.
Será tal vez a causa de la niebla
que así me nombro por reconocerme.

Quise ver muerto al que mató y lo he visto
o no fue él lo que vi, que fue la Muerte.
Ya no me importa lo que me importaba.
Ya ella no respira el mar Egeo.
Ya está más muda que piedra rodada. (2)
Ya no hace el bien ni el mal. Está sin obras.
Ni me nombra ni me ama ni me odia.
Era mi madre, y yo era su leche,
nada más que su leche vuelta sangre.
Sólo su leche y su perfil,
marchando o dormida.
Camino libre sin oír su grito,
que me devuelve y sin oír sus voces,
pero ella no camina, está tendida.
Y la vuelan en vano sus palabras,
sus ademanes, su nombre y su risa,
mientras que yo y Orestes caminamos
tierra de Hélade Ática, suya y de nosotros.
Y cuando Orestes sestee a mi lado (3)
la mejilla sumida, el ojo oscuro,
veré que, como en mí, corren su cuerpo
las manos de ella que lo enmalletaron
y que la nombra con sus cuatro sílabas
que no se rompen y no se deshacen.
Porque se lo dijimos en el alba
y en el anochecer y el duro nombre
vive sin ella por más que esté muerta.
Y a cada vez que los dos nos miremos,
caerá su nombre como cae el fruto
resbalando en guiones de silencio.

Sólo a Ifigenia y al amante amaba
por angostura de su pecho frío.
Y a mí y a Orestes nos dejó sin besos,
sin tejer nuestros dedos con los suyos.
Orestes, no te sé rumbo y camino.
Si esta noche estuvieras a mi lado,
oiría yo tu alma, tú la mía.

Esta niebla salada borra todo
lo que habla y endulza al pasajero:
rutas, puentes, pueblos, árboles.
No hay semblante que mire y reconozca
no más la niebla de mano insistente
que el rostro nos recorre y los costados.

A dónde vamos yendo, los huidos,
si el largo nombre recorre la boca
o cae y se retarda sobre el pecho
como el hálito de ella, y sus facciones,
que vuelan disueltas, acaso buscándome.

El habla, niña nos vuelve y resbala
por nuestros cuerpos, Orestes, mi hermano,
y los juegos pueriles, y tu acento.
Husmea mi camino y ven, Orestes.
Está la noche acribillada de ella,
abierta de ella, y viviente de ella.
Parece que no tiene palabra
ni otro viajero, ni otro santo y seña.
Pero en llegando el día, ha de dejarnos.
¿Por qué no duerme al lado del Egisto. (4)
Será que pende siempre de su seno
la leche que nos dio será eso eterno
y será que esta sal que trae el viento
no es del aire marino, es de su leche?

Apresúrate, Orestes, ya que seremos
dos siempre, dos, como manos cogidas
o los pies corredores de la tórtola huida.
No dejes que yo marche en esta noche
rumbo al desierto y tanteando en la niebla.

Yo no quiero saber, pero quisiera
saberlo todo de tu boca misma,
cómo cayó, qué dijo dando del grito
y si te dio maldición o te bendijo.

Espérame en el cruce del camino
en donde hay piedras lajas y unas matas
de menta y de romero, que confortan.

Porque ella -tú la oyes- ella llama,
y siempre va a llamar, y es preferible
morir los dos sin que nadie nos vea
de puñal, Orestes, y morir de propia muerte.
-El Dios que te movió nos dé esta gracia.
-Y las tres gracias que a mí me movieron.
-Están como medidos los alientos.
-Donde los dos se rompan pararemos.*
La niebla tiene pliegues de sudario
dulce en el palpo, en la boca salobre,
y volverás a ir al canto mío.*
Siempre viviste lo que yo vivía
por otro atajo irás y al lado mío.
Tal vez la niebla es tu aliento y mis pasos
los tuyos son por desnudos y heridos.
Pero ¿por qué tan callado caminas
y vas a mi costado sin palabra?

El paso enfermo y el perfil humoso,
si por ser uno lo mismo quisimos
y cumplimos lo mismo y nos llamamos
Electra-Oreste, yo, tú, Oreste-Electra.
O yo soy niebla que corre sin verse
o tú niebla que corre sin saberse.
-Pare yo porque puedas detenerte
o yo me tumbe, para detenerte con mi cuerpo tu carrera,*
tal vez todo fue sueño de nosotros
adentro de la niebla amoratada,
befa de la niebla que vuela sin sentido.
Pero marchar me rinde y necesito
romper la niebla o que me rompa ella.
Si alma los dos tuvimos, que nuestra alma
-siga marchando y que nos abandone.
-Ella es quien va pasando y no la niebla.
Era una sola en un solo palacio
y ahora es niebla-albatros, niebla-barco.
Y aunque mató y fue muerta ella camina
más ágil y ligera que en su cuerpo
así es que nos rendimos sin rendirla.
Orestes, hermano, te has dormido
caminando o de nada te acuerdas
que no respondes.
O yo nunca nací, sólo
he soñado padre, madre, y un héroe,
una casa, la fuente Dircea y Ágora.
No es cuerpo el que llegó,
ni potencias.

Gabriela Mistral


Notas

(1) En el original, Gabriela Mistral anota: "Comienzo" y aprueba el texto.

(2) "Ya está más muda que piedra rodada", "Ya está más quieta que piedra rodada".

(3) "Y cuando Orestes sestee a mi lado", "Y cuando Orestes sestee a mi costado".
(4) "Por qué no duerme al lado del Egisto", "Por qué no duerme su noche con Egisto"..

miércoles, 9 de octubre de 2013

EL SILENCIO DE LAS SIRENAS - Franz Kafka

Existen métodos insuficientes, casi pueriles, que también pueden servir para la salvación. He aquí la prueba:

Para protegerse del canto de las sirenas, Ulises tapó sus oídos con cera y se hizo encadenar al mástil de la nave. Aunque todo el mundo sabía que este recurso era ineficaz, muchos navegantes podían haber hecho lo mismo, excepto aquellos que eran atraídos por las sirenas ya desde lejos. El canto de las sirenas lo traspasaba todo, la pasión de los seducidos habría hecho saltar prisiones más fuertes que mástiles y cadenas. Ulises no pensó en eso, si bien quizá alguna vez, algo había llegado a sus oídos. Se confió por completo en aquel puñado de cera y en el manojo de cadenas. Contento con sus pequeñas estratagemas, navegó en pos de las sirenas con alegría inocente.

Sin embargo, las sirenas poseen un arma mucho más terrible que el canto: su silencio. No sucedió en realidad, pero es probable que alguien se hubiera salvado alguna vez de sus cantos, aunque nunca de su silencio. Ningún sentimiento terreno puede equipararse a la vanidad de haberlas vencido mediante las propias fuerzas.

File:WATERHOUSE - Ulises y las Sirenas (National Gallery of Victoria, Melbourne, 1891. Óleo sobre lienzo, 100.6 x 202 cm).jpg
J. W. Waterhouse, 1891.
En efecto, las terribles seductoras no cantaron cuando pasó Ulises; tal vez porque creyeron que a aquel enemigo sólo podía herirlo el silencio, tal vez porque el espectáculo de felicidad en el rostro de Ulises, quien sólo pensaba en ceras y cadenas, les hizo olvidar toda canción.

Ulises (para expresarlo de alguna manera) no oyó el silencio. Estaba convencido de que ellas cantaban y que sólo él estaba a salvo. Fugazmente, vio primero las curvas de sus cuellos, la respiración profunda, los ojos llenos de lágrimas, los labios entreabiertos. Creía que todo era parte de la melodía que fluía sorda en torno de él. El espectáculo comenzó a desvanecerse pronto; las sirenas se esfumaron de su horizonte personal, y precisamente cuando se hallaba más próximo, ya no supo más acerca de ellas.

Y ellas, más hermosas que nunca, se estiraban, se contoneaban. Desplegaban sus húmedas cabelleras al viento, abrían sus garras acariciando la roca. Ya no pretendían seducir, tan sólo querían atrapar por un momento más el fulgor de los grandes ojos de Ulises.

Si las sirenas hubieran tenido conciencia, habrían desaparecido aquel día. Pero ellas permanecieron y Ulises escapó.

La tradición añade un comentario a la historia. Se dice que Ulises era tan astuto, tan ladino, que incluso los dioses del destino eran incapaces de penetrar en su fuero interno. Por más que esto sea inconcebible para la mente humana, tal vez Ulises supo del silencio de las sirenas y tan sólo representó tamaña farsa para ellas y para los dioses, en cierta manera a modo de escudo.

Franz Kafka

domingo, 6 de octubre de 2013

POEMA DEL SER

Proemio

FRAGMENTO 1

Los corceles me arrastran, tan lejos como el ánimo anhela
me llevaron. Y una vez que en el renombrado camino
de la Diosa me hubieron puesto, que lleva al varón sapiente a través de los poblados,
por allí me condujeron. Por allí me llevaban los hábiles corceles
tirando del carruaje; las doncellas indicaban el camino.
En los cubos del eje con estridente sonido rechinaban
ardiendo (acelerado por dos vertiginosas
ruedas, de ambos lados) cuando se apresuraban a escoltar
las doncellas Helíadas, abandonadas ya las moradas de la noche
hacia la luz, habiendo con sus manos los velos de la cabeza retirado.
Allí [están] las puestas de los senderos de la noche y del día
y en torno a ellas, dintel y umbral de piedra,
y ellas mismas, etéreas, cerradas por inmensas batientes hojas
de las que Dike, la de los múltiples castigos, las llaves guarda de doble uso.
Le hablaron las doncellas con blandas palabras
y sabiamente persuadieron a que el enclavijado cerrojo
prontamente de las puertas les quitase. Y éstas de la entrada
el inmenso abismo produjeron al abrirse. Los broncíneos
postes en sus goznes uno tras otro giraron
de clavijas y pernos guarnecidos. Y a través de las puertas,
derecho por el camino, carro y caballos las doncellas condujeron.
Y la diosa benevolente me recibió; con su mano
mi mano derecha cogiendo, con estas palabras a mi se dirigió: 
Mancebo, de auriga inmortales compañero compañero,
que con sus caballos que te traen , a nuestra morada llegas,
¡salud!, que no una mala moira te envió a seguir
este camino (pues fuera del sendero de los humanos está),
sino Themis y Dike.
Parménides

PEGASO

Cuando iba yo a montar ese caballo rudo
y tembloroso, dije: «La vida es pura y bella».
Entre sus cejas vivas vi brillar una estrella.
El cielo estaba azul y yo estaba desnudo.

Sobre mi frente Apolo hizo brillar su escudo
y de Belerofonte logré seguir la huella.
Toda cima es ilustre si Pegaso la sella,
y yo, fuerte, he subido donde Pegaso pudo.

¡Yo soy el caballero de la humana energía,
yo soy el que presenta su cabeza triunfante
coronada con el laurel del Rey del día;

domador del corcel de cascos de diamante,
voy en un gran volar, con la aurora por guía,
adelante en el vasto azur, siempre adelante!


Rubén Darío

LEDA

El cisne en la sombra parece de nieve; 
su pico es de ámbar, del alba al trasluz;
el suave crepúsculo que pasa tan breve
las cándidas alas sonrosa de luz.

Y luego, en las ondas del lago azulado,
después que la aurora perdió se arrebol,
las alas tendidas y el cuello enarcado,
el cisne es de plata, bañado de sol.

Tal es, cuando esponja las plumas de seda,
olímpico pájaro herido de amor,
y viola en las linfas sonoras a Leda,
buscando su pico los labios en flor.

Suspira la bella desnuda y vencida,
y en tanto que al aire sus quejas se van,
del fondo verdoso de fronda tupida
chispean turbados los ojos de Pan.



Rubén Darío


ANTE PALACIO

Penélope,
continúo esperando tu decisión.

He venido de lejanas tierras donde florece el trigo y la miel.
Desde allá he traído estos presentes.
Acepta este collar, estos pendientes, estas pulseras;
oro y perlas para ataviar tus movimientos.

Tenme presente entre estos cientos y hazme primero.
Mira que no he alborotado tu casa
en el aprestamiento de mi corazón
que busca, en desvelo, amor.

Concédeme ésta, tu virtud de la primera boda,
tu amor resguardado.

Acepta mis presentes. Yo esperaré tu decisión.
Estaré aquí aunque hacia mis barcas
sople el viento contrario.

He aquí viene la aurora de rosáceos dedos
a menguarte los días.
No te escabullas en ese tejido.
Cualquiera arco tensaré para traspasar
el límite de tu corazón.

¡Oh, bella Penélope!
¡La más radiante de los hijos de los aqueos!
Iré a buscar el anillo de la promesa
y a organizar el festín
mientras lo decides con tus nobles consejeros.

Andrés Giraldo Balcázar