Stephanie Ramírez
El azul del agua
se mueve bruscamente
como una ola de caballos desbocados;
naves negras, cargadas
con guerreros fuertes y valientes
que traen consigo la desgracia.
Grito mis advertencias
pero nadie las escucha
aunque todos están presentes.
Arribarán las naves
y se acordarán de mí.
El polvo de mi ser,
inconsciente como una estatua,
habita el olvido
y vive en amargura
al ver un futuro doloroso,
por la maldición
de ser creída loca.
Soy la princesa invisible,
la que nadie nota.
Troya, mi hogar, es ahora mi prisión
donde nadie escucha:
que no pasará mucho tiempo
antes de que lleguen
las verdaderas batallas,
ensangrentadas de espadas y coraje.
Mi voz por las calles resuena
y aunque vocifere verdades crueles,
nadie escucha, nadie cree;
son como granos de arena
en la playa más grande,
no son nada.
Los troyanos están sordos
y esa sordera los llevará a la muerte
y arderán entre cenizas
y se volverán polvo
porque su obstinación
los priva de la verdad.
Pasarán años antes
de que los griegos
arrasen Troya.
El tiempo vuela
como una paloma en llamas.
Una noche hará que Troya arda.
No podrán impedirlo
aunque lo pretendan.
Nadie controla el destino.
Sus negros hados
castigarán la insolencia de los hombres.