SENTIDO DEL VIAJE

"... A menos que esté fija, destinada a la repetición perpetua, la vida es movimiento, desplazamientos; sobre todo con la época actual, en que la aceleración de los cambios nos pone frente a los ojos de un mundo constantemente remodelado que obliga a redefinirse sin descanso el lugar que uno ocupa en él, los puntos de referencia que le dan sentido". Michele Pétit.

domingo, 25 de agosto de 2013

DAFNE SE TRANSFORMA EN LAUREL

El primer amor de Febo fue Dafne, la hija del [río] Peneo, hecho que no fue infundido por un pequeño azar sino por la ira de Cupido. El dios de Delos, engreído por su reciente victoria sobre la serpiente[1], había visto hacía poco que, tirando de la cuerda, doblaba las extremidades del arco y le había dicho[2]: “¿Qué intentas hacer, desenfrenado niño, con estas armas? Estas armas son propias de mis espaldas; con ellas yo puedo lanzar golpes inevitables contra una bestia salvaje o contra un enemigo, ya que hace poco que he abatido con innumerables saetas a la descomunal Pitón que cubría con su repugnante e hinchado vientre tantas yugadas. Tú conténtate con encender con tu antorcha unos amores que no conozco y no iguales tus victorias con las mías”. El hijo de Venus  le contestó: “Tu arco lo traspasa todo, Febo,  pero el mío te traspasará a ti; cuanto más vayan cediendo ante ti todos los animales, tanto más superará mi gloria a la tuya”. Y hendiendo el aire con el batir de sus alas y sin pérdida de tiempo, se posó sobre la cima umbrosa del Parnaso; saca dos flechas de su carcaj repleto, que tiene diversos fines: una ahuyenta el amor, y otra hace que nazca. La que hace brotar el amor es de oro y está provista de una punta aguda y brillante; la que lo ahuyenta es obtusa y tiene plomo bajo la caña. Con esta hiere el dios a la ninfa, hija del Peneo; con la primera atraviesa los huesos de Apolo hasta la médula. El uno ama enseguida; la otra rehúye incluso el nombre de amante; y, émula de la virginal Febe, deleitándose en las soledades de la selva y con los despojos de las bestias salvajes que capturaba, sujetaba con una cinta sus cabellos en desorden. Muchos la pretendían, pero ella, alejando a sus pretendientes, no pudiendo soportar el yugo del hombre y,  libre, recorre los bosques sin caminos y no se preocupa del himeneo, ni del amor, ni del matrimonio. Su padre le decía a menudo: “Hija, me debes un yerno”. A menudo también le decía: “Hija, me debes unos nietos”. Ella, temiendo a las antorchas conyugales como si fuera un crimen, cubría su hermoso rostro con un tímido rubor y, con sus brazos cariñosos rodeando el cuello de su padre, le dijo: “Permíteme, queridísimo padre, gozar por siempre de mi virginidad; lo mismo le había concedido a Diana su padre”. Él consiente; pero estos encantos que posees, Dafne, son un obstáculo para lo que anhelas y tu hermosura se opone a tu deseo. Febo ama y luego de ver a Dafne desea ardientemente unirse a ella; espera lo que desea y sus oráculos lo engañan. A la manera como arde la ligera paja, sacada ya la espiga, o como arde un vallado por el fuego de una antorcha que un caminante por casualidad ha acercado demasiado o la ha dejado allí al clarear el día, de ese modo el dios se consume en las llamas, así se le abrasa todo su corazón y alimenta con la espera un amor imposible. Contempla su cabellera en desorden que flota sobre el cuello y dice: “¿Qué sería, si se los arreglara?” Ve sus ojos semejantes en su brillo a los astros; ve su boca y no le basta con haberla visto; admira sus dedos, sus manos y sus brazos, aunque no tiene desnuda más de la mitad. Si algo queda oculto, lo cree más hermoso todavía. Ella huye más rápida  que la ligera brisa y no se detiene ante estas palabras del que la llama:

“¡Oh ninfa, hija de Peneo, detente, te lo suplico!, no te persigo como enemigo; ¡ninfa, párate! El  corderillo huye así del lobo, el cervatillo del león, las palomas con sus trémulas alas huyen del águila y cada uno de sus enemigos; yo te persigo a causa de mi amor hacia ti. ¡Ay, desdichado de mí! Temo que caigas de bruces o que tus piernas, que no merecen herirse, se vean arañadas por las garzas y yo sea causa de tu dolor. Escabrosos son los lugares donde te apresuras; corre más despacio, te ruego, retén la huida; yo te perseguiré más despacio. Sin embargo, pregunta a quién has gustado; no soy un habitante de la montaña, no soy un pastor; no soy un hombre inculto que vigila las vacadas y rebaños. Tú no sabes, imprudente, de quién huyes y por eso huyes. A mí me obedecen el país de los Delfos, Claros, Ténedos y la regia Patara; yo tengo por padre a Júpiter, yo soy quien revela el porvenir, el pasado y el presente; por mí los cantos se ajustan al son de las cuerdas. Mi flecha es segura, pero hay una flecha más segura que la mía, la cual ha hecho en mi corazón, antes vacio, esta herida. La medicina es invención mía y por todo el orbe se me llama “el auxiliador” y el poder de las hierbas está concedido a mí. ¡Ay de mí!, que el amor no puede curarse con ninguna hierba y no aprovechan a su dueño las artes que son útiles para todos”.

La hija del Peneo, con tímida carrera, huyó de él cuando estaba a punto de decir más cosas y le dejó con sus palabras inacabadas, siempre bella a sus ojos; los vientos desvelaban sus carnes, sus soplos, llegando sobre ella en sentido contrario, agitaban sus vestidos y la ligera brisa echaba hacia atrás sus cabellos levantados; su huida realzaba más su belleza. Pero el joven dios no puede soportar perder ya más tiempo con dulces palabras y, como el mismo amor le incitaba, sigue sus pasos con redoblada rapidez. Como cuando un perro de la Galia ve una liebre en la llanura al descubierto,  se lanzan,  el uno para coger la presa, la otra para salvar la vida; el uno parece estar a punto de atraparla y espera conseguirlo y  con el hocico alargado le estrecha los pasos, la otra está en duda de si ha sido cogida o se escapa de esas mordeduras y deja la boca que la tocaba;  de ese modo están el dios y la doncella:  aquel se apresura por la esperanza, ésta por el temor. Sin embargo, el que persigue,  ayudado por las alas del Amor, es más veloz y no necesita descanso; ya se inclina sobre la espalda de la  fugitiva y lanza su aliento sobre la cabellera esparcida sobre la nuca. Ella, perdidas las fuerzas, palidece y, vencida por la fatiga de tan vertiginosa fuga, contemplando las aguas del Peneo, dijo: “Auxíliame, padre mío, si los ríos tenéis poder divino; transfórmame y haz que yo pierda la figura por la que he agradado excesivamente”.

Apenas terminada la súplica, una pesada torpeza se apodera de sus miembros, sus delicados senos se ciñen con una tierna corteza, sus cabellos se alargan y se transforman en follaje y sus brazos en ramas; los pies, antes tan rápidos, se adhieren al suelo con raíces hondas y su rostro es rematado por la copa; solamente permanece en ella el brillo[3]. Febo también así la ama y, apoyada su diestra en el tronco, todavía siente que su corazón palpita bajo la corteza nueva y, estrechando con sus manos las ramas que reemplazan a sus miembros, da besos a la madera; sin embargo, la madera rehúsa sus besos. Y el dios le dijo: “Ya que no puedes ser mi esposa, serás en verdad mi árbol; siempre mi cabellera, mis cítaras y mi carcaj se adornarán contigo. ¡Oh, laurel!, tú acompañarás a los capitanes del Lacio cuando los alegres cantos celebren el triunfo y el Capitolio vea los largos cortejos. Como fidelísima guardiana, tú misma te encontrarás ante las puertas del [emperador] Augusto y protegerás la corona de encina situada en el centro[4]; así como mi cabeza, cuyos cabellos jamás han sido cortados, permanece joven, de la misma manera la tuya conservará siempre su follaje inalterable”.

Peán había acabado de hablar; el laurel se inclinó con sus ramas nuevas y pareció que inclinaba la copa como una cabeza.  

   Ovidio Nasón, Metamorfosis, Ed. Bruguera, Barcelona, 1972.



[1] Febo había matado la serpiente Pitón que azotaba el pueblo de Delos.
[2] Se refiere a Cupido, portador de flechas y arco.
[3] Se refiere al brillo de las hojas de laurel, en el que queda transformada la belleza deslumbrante de Dafne.
[4] Los laureles daban sombra a ambos lados de la puerta del palacio de Augusto, sobre el Palatino.

martes, 13 de agosto de 2013

REFERENCIAS MITOLÓGICAS CLÁSICAS EN PELÍCULA FURIA DE TITANES

Dado que cada día crece el número de amantes de la mitología, me gustaría explicar las referencias mitológicas clásicas que están presentes en la película Furia de titanes, del director Louis Leterrier, estrenada en 2010. Tomaré como texto de comparación el relato "Cuando la tierra era niña", de Nathanael Hawthorne[1] y señalaré las diferencias entre ambos relatos: el escrito y el fílmico; así, es posible evitar que algunos caigan en la ingenuidad de asumir que la historia que se muestra en la película viene organizada de esa manera de la tradición. No. La película construye una nueva historia, logrando una fusión verosímil que  recrea y actualiza los mitos.


Como sabemos, el argumento de la película y del relato escrito están centrados, principalmente, en Perseo. Los héroes de ambos relatos comparten muchas similitudes entre sí: tienen un origen sufriente, están destinados a matar a la Medusa y, con ello, salvar algo preciado. Aunque los relatos clásicos tienen variaciones entre uno y otro, en lo esencial presentan a un joven valiente que fue arrojado con su madre al mar, en un baúl, arribando a la isla de un rey malvado llamado Polidectes donde comienza su empresa. Según la versión de Nathanael Hawthorne, que recoge versiones clásicas, todos en la isla de Serifo eran de malvado corazón, excepto el hermano del rey Polidectes, un pescador que encontró el baúl donde estaban Perseo y su madre, a orillas de la isla. Ese es el inicio del relato.

La película hace en esa introducción cambios significativos. Primero, nos revela que Zeus, en venganza del rey Acrisio, entró a su lecho nupcial convertido en águila y se unió a la reina. Acrisio, ofendido y avergonzado, lanzó a su esposa y a la criatura de Zeus al mar, metidos en un baúl. Fue un pescador quien los encontró y adoptó a Perseo como su hijo, ya que su madre había muerto. Más adelante se revelará la procedencia divina de aquel niño que da inicio a su aventura.

En adelante la película tomará un rumbo alterno al del relato clásico. Perseo se verá obligado a salvar la ciudad de Argos y para ello deberá matar al Kraken, monstruo terrible creado por Hades, quien pretende engañar a Zeus y gobernar el mundo. Perseo es ayudado por su padre Zeus, quien le envía a la divina Io para que lo asista y le provee durante su recorrido algunos elementos importantes. La única forma de vencer al Kraken es usando la mirada petrificante de Medusa, quien está en el inframundo. Camino hacia ese lugar, Perseo, Io y los guerreros que lo acompañan deberán enfrentar a Acrisio, quien una vez muerto, se denomina Calibos y se convierte en servidor de Hades para vengar la afrenta de Zeus y matar al hijo de su deshonra. Sin derrotarlo todavía, Perseo y su compañía enfrentan monstruos con apariencia de escorpiones que se levantan de la tierra, por la sangre que brota de la mano que le cercenaron a Acrisio/Calibos. En ese combate son ayudados por los Genios, seres milenarios, dotados de poderes, con quienes llegan al reino de Hades. Allí no puede entra Io, así que Perseo, un Genio y algunos guerreros pasan el río Estigio, pagando con una moneda que Zeus había dado a Perseo. En ese lugar ubican a las Grayas o Hermanas Grises, viejas poseedoras de un solo ojo para las tres, a quienes interrogan para que les enseñen cómo llegar a Medusa. Estas lo hacen amenazadoramente cuando Perseo retiene su ojo. Al llegar ante Medusa, libran combate con ella. Algunos guerreros son petrificados por su mirada, el Genio fue destruido por la Gorgona y Perseo, haciendo uso del brillo de su escudo para ver su reflejo, logró decapitarla. Al salir del Hades, tuvo que librar batalla de nuevo con Acrisio/Calibos), quien hirió de muerte a Io. Perseo logró derrotarlo usando la espada divina que también le suministró Zeus. Al morir Io, su imagen se esfumó hacia el cielo, de donde envió a Pegaso, el caballo alado de color negro en esta versión. Montado en su grupa, voló Perseo hasta Argos, portando en su saco la cabeza de Medusa. Luchó contra furias que quisieron impedir su hazaña, hasta que finalmente descubrió la cabeza de Medusa y convirtió en piedra al Kraken, que ya estaba destruyendo la ciudad. La princesa Andrómeda le ofreció el reino de Argos (su padre había sido asesinado), pero Perseo decidió seguir siendo un hombre común.

Menos complejas son las cosas en el relato clásico. Allí Perseo y su madre Danae fueron llevadas ante el rey Polidectes, quien tomó a la mujer con intención de hacerle daño. Perseo, con ánimo de salvar a su madre se aventuró a ir por la cabeza de la Gorgona, presente que quería dar Polidectes a su prometida, la princesa Hipodamia. En el camino lo asiste Hermes, el Argifonte, y de forma más somera Atenea, la diosa de la sabiduría y el poder. Estos le indican dirigirse hacia donde están las Tres Hermanas Grises, quienes a su vez, lo direccionan en busca de las ninfas que le darán los implementos necesarios para cumplir su objetivo: el yelmo de la invisibilidad, el saco, el escudo bruñido y las sandalias aladas. Así, Perseo logra llegar hasta los confines de la tierra donde estás las tres Gorgonas, una de las cuales es Medusa, le corta la cabeza y la lleva hasta el reino de Polidectes. Una vez están él y todos los cortesanos y habitantes malvados, Perseo enseña la cabeza de Medusa, petrificando a todos y librando a su madre del oprobio de Polidectes.

Notamos cómo la película reúne personajes, situaciones y referencias de varios mitos, además del de Perseo. A continuación, listo algunos de ellos:

v  Pegaso, el caballo alado. En la película Io dice que nadie lo había montado, mientras que en versiones clásicas Belerofonte lo había domado para vencer con él a la monstruosa Quimera. El color de Pegaso cambia en la película, puesto que las versiones clásicas lo presentan de color blanco.

v  Io. Las versiones clásicas indican que ella era una especie de sacerdotisa de Hera. Zeus tramó una estratagema para hacerla su amante, a lo que Io respondió con resignación. En la película Io es presentada como semidiosa protectora de Perseo, quien según su propio relato rechazó las insinuaciones de un dios, quien la condenó a la juventud eterna.

v  Medusa. Aunque su personalidad es similar, ya que tiene piel escamosa, garras y serpientes en sus cabellos, la película la muestra sola, independientes de las otras dos Gorgonas de las que hablan los relatos clásicos. Además, su morada está en el Hades, mientras que en la tradición se encuentra en los confines de la tierra, cerca al mar.

v  Me parece importante señalar el hecho de que de la sangre de Acrisio broten los monstruos con forma de escorpión. Esta forma de nacimiento ya estaba presente en el texto Las metamorfosis de Ovidio Nasón. Un ejemplo de esto es el nacimiento de Pegaso de la sangre que derramó la cabeza de Medusa.

Como en toda adaptación, los cambios son significativos. Es la fuerza de la intención del creador y de la época en la que vive.

Andrés Giraldo Balcázar. Agosto de 2013.


[1] Cuando la tierra era niña. Panamericana, 1998.

viernes, 2 de agosto de 2013

MITO DE ORFEO Y EURÍDICE, Versión de Ovidio Nasón



ORFEO Y EURÍDICE

Desde allí, Himeneo, cubierto con su manto de color de azafrán, se aleja por la inmensidad de los aires y se dirige hacia la comarca de los cicones[1] y en vano le llama Orfeo. Se presentó en verdad, pero no llevaba palabras solemnes, ni rostro sonriente, ni un feliz presagio. Además, la antorcha que llevaba no cesaba de chisporrotear extendiendo un humo que provocaba  las lágrimas, y por mucho que la agitaba, no hacía salir la llama. El resultado es más grave que el presagio; porque, mientras que la nueva esposa[2], acompañada de un grupo de Náyades, va correteando por la yerba, muere a causa de la mordedura de una serpiente en el talón. Cuando el poeta del monte Ródope la hubo llorado lo bastante en la superficie de la tierra, quiso explorar personalmente la mansión de las  sombras; osó descender por la puerta Tenaria hasta la Estigia. A través de pueblos leves y de fantasmas que han recibido sepultura, llegó  ante Perséfone y el dueño del reino sombrío, el soberano de las sombras; después de preludiar pulsando las cuerdas de su lira, canto así: “¡Oh, divinidades de este mundo subterráneo, adonde venimos a caer todos los que hemos nacidos mortales!, si me es lícito, y dejando los rodeos de palabras  artificiosas, permitidme deciros la verdad; no he descendido aquí para ver el Tártaro tenebroso, ni para encadenar los tres cuellos de serpientes del monstruo de Medusa[3]: he venido en busca de mi esposa; una víbora le inyectó su veneno y le hizo perecer en la flor de la edad. He querido soportarlo y no negaré que lo he intentado, pero el Amor ha vencido. Este dios es bien conocido en las regiones superiores; no sé si aquí también lo será, aunque adivino que sí lo es, pues si no miente la fama de un antiguo rapto[4], también os ha unido el Amor. Por estos lugares llenos de espanto, por este inmenso Caos, por este vasto y silencioso reino, yo os conjuro a que  volváis a tejer  la trama del destino de Eurídice, terminada de una manera tan apresurada. Todo se debe a vosotros, y, después de un cierto tiempo, más  tarde o más temprano, todos nos dirigimos aquí; esta es la última morada y vosotros ejercéis el más largo reinado sobre el género humano. Ella también, cuando una vez madura,  haya cumplido los años que le corresponden, será sometida a vuestras leyes; pido el uso de un don, no ese mismo don. Y si los hados rehúsan concederme este favor para  mi esposa, yo estoy decidido y no quiero regresar; gozad de la muerte de los dos”. Mientras él  exhalaba estas quejas, a las que acompañaba haciendo vibrar las cuerdas de su lira, las sombras exangües lloraban; Tántalo no intentaba coger el agua huidiza y la rueda de Ixión se detuvo; las aves se olvidaron de desgarrar el hígado de su víctima[5], las nietas de Belo dejaron las urnas, y tú, Sísifo, te  sentase   sobre tu roca. Se dice que entonces, por vez primera, las lágrimas humedecieron las mejillas de las Euménides, vencidas por este canto; ni la real esposa, ni el que reina sobre los abismos de la tierra pudieron negarse al que tal pedía y llaman a Eurídice; ella estaba entre las sombras llegadas recientemente y avanza poco a poco por su herida en el talón. Orfeo, del monte Ródope, obtiene su devolución, juntamente con la orden de que no vuelva la vista atrás antes de haber salido de los valles del Averno; de lo contrario, el don sería revocado. Ellos toman, en medio de un profundo silencio, un sendero en pendiente, escarpado, oscuro, envuelto en una espesa y opaca niebla. No estaban lejos de la superficie de la tierra; cuando temiendo que se le escapara y ávido de verla, su amante esposo vuelve sus ojos; inmediatamente, ella resbala hacia atrás; alargando los brazos, luchando por asir y ser cogida, la infeliz no coge sino el aire impalpable. Al morir por segunda vez, no se queja de su esposo (¿de qué podía quejarse si no de ser amada?). Le dirige el postrer adiós, que ya no llega apenas a sus oídos y vuelve a rodar al abismo de donde salía.
Orfeo se estremeció por la segunda muerte de su esposa como el que, lleno de espanto, vio las tres cabezas del perro, llevando encadenada la del medio y al que no abandonó el terror hasta que su naturaleza se quedó convertida en roca; como aquel Oleno que tomó sobre sí la falta de su esposa y quiso aparecer culpable, del mismo modo también tú, ¡oh, desdichada Letea, confiada en tu belleza!, en otros tiempos corazones muy unidos, ahora piedras en la cima del monte Ida. El barquero[6] impide (a Orfeo) que pase por segunda vez, a pesar de que éste ruega en vano y lo desea; sin embargo, se sentó siete días en la orilla, abandonando su persona y los dones de Ceres; el amor y el dolor de su corazón y las lágrimas fueron su alimento. Quejándose de que los dioses del Erebo eran crueles, se retiró por fin a las alturas del Ródope y del Hemo batido por los aquilones. Por tercera vez el Titán había acabado el año cerrado por los peces, habitantes de las aguas, y Orfeo había rehuido todo contacto con las mujeres, ya porque había sufrido, ya porque había empeñado su fe; pero muchas anhelaron unirse al poeta, numerosas las que se dolieron al ser rechazadas.

Ovidio Nasón, Metamorfosis, Ed. Bruguera, Barcelona, 1972.



[1] Pueblo de Tracia.
[2] Eurídice.
[3] Cerbero.
[4] El de Proserpina por Plutón.
[5] De Titio, por ultraje a Latona.
[6] Caronte.