SENTIDO DEL VIAJE

"... A menos que esté fija, destinada a la repetición perpetua, la vida es movimiento, desplazamientos; sobre todo con la época actual, en que la aceleración de los cambios nos pone frente a los ojos de un mundo constantemente remodelado que obliga a redefinirse sin descanso el lugar que uno ocupa en él, los puntos de referencia que le dan sentido". Michele Pétit.

lunes, 8 de diciembre de 2014

ESCUDO DE AQUILES

 Homero. Iliada. Canto XVIII
 

...El dios puso al fuego duro bronce, estaño, oro precioso y plata; colocó en el tajo el gran yunque, y cogió con una mano el pesado martillo y con la otra las tenazas. Hizo lo primero de todo un escudo grande y fuerte, de variada labor, con triple cenefa brillante y reluciente, provisto de una abrazadera de plata. Cinco capas tenía el escudo, y en la superior grabó el dios muchas artísticas figuras, con sabia inteligencia. A11í puso la tierra, el cielo, el mar, el sol infatigable y la luna llena; a11í las estrellas que el cielo coronan, las Pléyades, las Híades, el robusto Orión y la Osa, llamada por sobrenombre el Carro, la cual gira siempre en el mismo sitio, mira a Orión y es la única que deja de bañarse en el Océano. Allí representó también dos ciudades de hombres dotados de palabra. En la una se celebraban bodas y festines: las novias salían de sus habitaciones y eran acompañadas por la ciudad a la luz de antorchas encendidas, oíanse repetidos cantos de himeneo, jóvenes danzantes formaban ruedos, dentro de los cuales sonaban flautas y cítaras, y las matronas admiraban el espectáculo desde los vestíbulos de las casas. Los hombres estaban reunidos en el ágora, pues se había suscitado una contienda entre dos varones acerca de la multa que debía pagarse por un homicidio: el uno, declarando ante el pueblo, afirmaba que ya la tenía satisfecha; el otro negaba haberla recibido, y ambos deseaban terminar el pleito presentando testigos. El pueblo se hallaba dividido en dos bandos, que aplaudían sucesivamente a cada litigante; los heraldos aquietaban a la muchedumbre, y los ancianos, sentados sobre pulimentadas piedras en sagrado círculo, tenían en las manos los cetros de los heraldos, de voz potente, y levantándose uno tras otro publicaban el juicio que habían formado. En el centro estaban los dos talentos de oro que debían darse al que mejor demostrara la justicia de su causa. La otra ciudad aparecía cercada por dos ejércitos cuyos individuos, revestidos de lucientes armaduras, no estaban acordes: los del primero deseaban arruinar la plaza, y los otros querían dividir en dos partes cuantas riquezas encerraba la agradable población. Pero los ciudadanos aún no se rendían, y preparaban secretamente una emboscada. Mujeres, niños y ancianos subidos en la muralla la defendían. Los sitiados marchaban llevando al frente a Ares y a Palas Atenea, ambos de oro y con áureas vestiduras, hermosos, grandes, armados y distinguidos, como dioses; pues los hombres eran de estatura menor. Luego en el lugar escogido para la emboscada, que era a orillas de un río y cerca de un abrevadero que utilizaba todo el ganado, sentábanse, cubiertos de reluciente bronce, y ponían dos centinelas avanzados para que les avisaran la llegada de las ovejas y de los bueyes de retorcidos cuernos. Pronto se presentaban los rebaños con dos pastores que se recreaban tocando la zampoña, sin presentir la asechanza. Cuando los emboscados los veían venir, corrían a su encuentro y al punto se apoderaban de los rebaños de bueyes y de los magníficos hatos de blancas ovejas y mataban a los guardianes. Los sitiadores, que se hallaban reunidos en junta, oían el vocerío que se alzaba en torno de los bueyes, y, montando ágiles corceles, acudían presurosos. Pronto se trababa a orillas del río una batalla en la cual heríanse unos a otros con broncíneas lanzas. Allí se agitaban la Discordia, el Tumulto y la funesta Parca, que a un tiempo cogía a un guerrero vivo y recientemente herido y a otro ileso, y arrastraba, asiéndolo de los pies, por el campo de la batalla a un tercero que ya había muerto; y el ropaje que cubría su espalda estaba teniño de sangre humana. Movíanse todos como hombres vivos, peleaban y retiraban los muertos. Representó también una blanda tierra noval, un campo fértil y vasto que se labraba por tercera vez: acá y acullá muchos labradores guiaban las yuntas, y, al llegar al confín del campo, un hombre les salía al encuentro y les daba una copa de dulce vino; y ellos volvían atrás, abriendo nuevos surcos, y deseaban llegar al otro extremo del noval profundo. Y la tierra que dejaban a su espalda negreaba y parecía labrada, siendo toda de oro; lo cual constituía una singular maravilla. Grabó asimismo un campo real donde los jóvenes segaban las mieses con hoces afiladas: muchos manojos caían al suelo a lo largo del surco, y con ellos formaban gavilla: los atadores. Tres eran éstos, y unos rapaces cogían los manojos y se los llevaban abrazados. En medio, de pie en un surco, estaba el rey sin desplegar los labios, con el corazón alegre y el cetro en la mano. Debajo de una encina, los heraldos preparaban para el banquete un corpulento buey que habían matado. Y las mujeres aparejaban la comida de los trabajadores, haciendo abundantes puches de blanca harina. También entalló una hermosa viña de oro, cuyas cepas, cargadas de negros racimos, estaban sostenidas por rodrigones de plata. Rodeábanla un foso de negruzco acero y un seto de estaño, y conducía a ella un solo camino por donde pasaban los acarreadores ocupados en la vendimia. Doncellas y mancebos, pensando en cosas tiernas, llevaban el dulce fruto en cestos de mimbre; un muchacho tañía suavemente la armoniosa cítara y entonaba con tenue voz un hermoso lino, y todos le acompañaban cantando, profiriendo voces de júbilo y golpeando con los pies el suelo. Puso luego un rebaño de vacas de erguida cornamenta: los animales eran de oro y estaño, y salían del establo, mugiendo, para pastar a orillas de un sonoro río, junto a un flexible cañaveral. Cuatro pastores de oro guiaban a las vacas y nueve canes de pies ligeros los seguían. Entre las primeras vacas, dos terribles leones habían sujetado y conducían a un toro que daba fuertes mugidos. Perseguíanlos mancebos y perros. Pero los leones lograban desgarrar la piel del corpulento toro y tragaban los intestinos y la negra sangre; mientras los pastores intentaban, aunque inútilmente, estorbarlo, y azuzaban a los ágiles canes: éstos se apartaban de los leones sin morderlos, ladraban desde cerca y rehuían el encuentro de las fieras. Hizo también el ilustre cojo de ambos pies un gran prado en hermoso valle, donde pacían las cándidas ovejas, con establos, chozas techadas y apriscos. El ilustre cojo de ambos pies puso luego una danza como la que Dédalo concertó en la vasta Cnoso en obsequio de Ariadna, la de lindas trenzas. Mancebos y doncellas de rico dote, cogidos de las manos, se divertían bailando: éstas llevaban vestidos de sutil lino y bonitas guirnaldas, y aquéllos, túnicas bien tejidas y algo lustrosas, como frotadas con aceite, y sables de oro suspendidos de argénteos tahalíes. Unas veces, moviendo los diestros pies, daban vueltas a la redonda con la misma facilidad con que el alfarero, sentándose, aplica su mano al torno y lo prueba para ver si corre, y en otras ocasiones se colocaban por hileras y bailaban separadamente. Gentío inmenso rodeaba el baile y se holgaba en contemplarlo. Entre ellos un divino aedo cantaba, acompañándose con la cítara; y así que se oía el preludio, dos saltadores hacían cabriolas en medio de la muchedumbre. En la orla del sólido escudo representó la poderosa corriente del río Océano...

viernes, 24 de octubre de 2014

LAS ALAS DE UN FÉNIX

  
Por: Valeria Luna Cantillo


Recordar duele; tener el remordimiento de haberse equivocado, aún más; saber que la vida me golpeó y abandonó. Me dejó solo. Mirar y ver todo sin esperanza. Ojalá pudiera retroceder el tiempo y no haber cometido ese gran error. Aprendí a obedecer, ya muy tarde.

La lluvia cae de mis ojos. Fui un cristal roto. Mirarme al espejo y no poder estar orgulloso de mí mismo, no poder decir "Fui bueno". Sé que decepcioné a mi padre, sé que él no se sentía orgulloso de mí, mas nunca tuvo el valor de decírmelo.

Todos somos diferentes. Mi padre soñaba con un hijo perfecto como Talos. Yo no podía serlo y eso nos llevó a todas las desgracias. Contrario a lo que él anhelaba, yo era una caja de errores. Conmigo venía todo lo malo. Aún así, en el fondo, muy en el fondo, yo sentía que mi padre me amaba y habría hecho cualquier cosa por mí. No entiendo dónde quedó esa admiración por Talos. Su único sueño era volar, ser libre como los pájaros.

No veía qué tenía eso de interesante, hasta que lo viví. Me imagino ahora en el cielo, siendo libre. Talos debió haber volado con mi padre, y sé que a él no le hubiera pasado lo mismo que a mí, pero no pudo cumplir su sueño, todo porque los celos son un mal amigo. Yo lo vi todo, vi cómo pasó, y lo que más me duele en este momento es no haber hecho nada. Fue un momento de locura. Mi padre alzó a Talos para simular que volaba, mas sus intenciones fueron malas y lo soltó. Cayó justo como yo lo hice después. No sé por qué sentí satisfacción en ese momento, sentí poder. Pensé que después de eso todo iba a ser diferente, que yo iba a ser el centro de atención. Pero no fue así. Todo empeoró. Ese sentimiento me hizo caer a mí también, me comió y mató lentamente. Te aseguro, eso duele más que te entierren una espada por la espalda. Después de haber vivido esa escena fui a mi cuarto y me acosté. No mucho tiempo después llegó mi padre, me miró fijamente. Yo vi en sus ojos ese sentimiento de culpa, ese remordimiento. Me tomó de la mano y me dijo con su suave voz que nos iríamos. Entre palabras sollozaba y suspiraba profundamente. Fingiendo inocencia, le pregunte qué había pasado allá, en la terraza. Me acuerdo muy bien de lo que le dije, y mis intenciones:

- Papá, ¿qué te pasa? ¿Dónde está mi primo? ¿Por qué nos vamos?

Obviamente yo sabía exactamente lo que pasaba, solo quería saber si mi padre iba a ser sincero por primera vez conmigo, mas no lo fue. Eso me dolió demasiado, que no hubiera tenido el valor de contarme. Yo entendía muy bien lo que pasaba, estuve a punto de decirle que había visto todo, pero en el momento que iba a hablar, él me tomó de las manos y me dijo:

–Vamos.

Él iba muy rápido, prácticamente me estaba halando. Me decía:

-Muévete. No tenemos tiempo.

Yo me dije a mí mismo: "Esto no es bueno, ¿adónde vamos a ir?". Pues así era. No teníamos destino alguno, simplemente éramos unos vagos sin rumbo. Lo único que me generaba expectativa era que mi padre, el gran Dédalo, era un ingenioso inventor. Mas, aunque yo entendiera mucho, tampoco lo entendía todo. Seguía siendo un niño, un niño pequeño que necesitaba a su padre. Estaba muy asustado, por dentro algo me decía: "Esto no es bueno, los errores se pagan".  Ver los ojos de mi padre; decían más que mil palabras, y esa mirada me producía más inseguridad y miedo. Ir de ciudad en ciudad, de país en país, no es fácil. Eso me indicaba que nada iba a mejorar, no sabía qué nos esperaba, qué venía después. Eso que viene después no siempre es bueno, y no lo fue. Me sentía impotente. No saber qué va a pasar contigo en un futuro no es lindo, no haberle podido decir a mi padre que dejara de mentirme, que yo no era bobo,  que yo ya sabía lo que había pasado, pero no tuve el valor suficiente, me daba miedo su reacción. Aún así, en la oscuridad siempre hay una manera de encender el candil. En un momento pensé que había logrado hacerlo, pero no. Cuando todo iba mejorando, el viento nos tiró al piso y prácticamente nos dijo: "Este no es su momento".

Nos habíamos instalado en una ciudad. Mi padre había encontrado trabajo como inventor de juguetes. Se volvió famoso, todos tenían que ver con él. Por fin pude tener ese sentimiento que hacía mucho tiempo la vida me había arrebatado. Mis ojos se iluminaron cuando nos escoltaron al palacio del rey Minos. Pensé que habíamos logrado pasar la página y seguir adelante, pues el rey le pidió a mi padre un gran favor, mas tenía que quedar en secreto. Nos dijo que tenía una gran criatura, feroz y fuerte. Yo, curioso pregunté:

-¿Qué es esa gran criatura de la que tanto nos habla? Revele su nombre.

Lo dije en un momento de miedo, no pensé que esas palabras podrían tener consecuencias, pero me equivoqué, lo sé, él se enojó demasiado. Ahí me embargo de nuevo esa sensación de oscuridad y miedo.

El rey me miró fijamente con una cara espantosa. En sus ojos se veían llamas de fuego ardiente. Era altivo. Tiemblo al recordarlo. Fue espantoso. Mi papá me pellizcó discretamente, y el rey siguió hablando. No entendí muy bien, pues mi papá no dejaba de pellizcarme y cada vez apretaba más. Aún así escuché que mi padre tenía que hacer un laberinto grande del cual nadie pudiera salir. También hablaron de mucho dinero, que al parecer le iban a pagar a mi padre, pero como unos dicen ¨de eso bueno no hay mucho¨, no lo pudimos prevenir. Después de años trabajando día y noche sin parar otra vez el destino nos golpeó. Bueno, por lo menos mi padre estaba satisfecho. Al estar ocupado todo el tiempo desahogaba esa ira que tenía por dentro. A mí me dolía mucho que nunca sacara un segundo para mí. Él no  me quería cerca porque pensaba que iba a arruinar su obra maestra. Solo imagínenlo: no tener a nadie con quién hablar, sentirse absolutamente solo, estar desocupado todo el tiempo, para mí  fue como un castigo inmerecido. Cada que mi padre me decía: ¨No, ahora no¨ a mí me salían lagrimas de los ojos y una aguja me pinchaba el corazón, y cada vez me sentía más impotente. Ojala él me esté escuchando en este momento porque nunca supo lo que yo sentía. Nunca le importó mi opinión, saber que día tras día, mes tras mes y mucho más, no tenía un padre que estuviera ahí para consolarme y cuidarme. Fueron 2 largos años sufriendo esa soledad. En un momento pensé suicidarme. Me parecía que iba a estar en un lugar mejor, que allá alguien sí me iba a prestar atención, me iba a querer por lo que era, se iba a acordar de mi cumpleaños e iba a celebrarlo conmigo, pero no fui capaz de hacerlo. No sé por qué no apreciaba la vida que tenía antes del incidente con Talos. Yo soñaba con ese día en que mi padre terminara de construir el laberinto. Yo pensaba que ese día iba a ser el mejor de mi vida, pero cuando el día soñado llegó, Minos me bajó de las nubes al tirarnos como animales dentro del laberinto. Nos encerró en ese lugar sin salida, bueno, sí había salida pero estaba custodiada por más de mil hombres con espadas y armaduras. Eran grandes y fuertes, yo nunca me hubiera atrevido a meterme con ellos. Nunca entendí la razón del porqué estar ahí. Aún sigo pensando que fue porque sí, porque el rey Minos nos odiaba, porque esa criatura fea y grande mitad humano, mitad toro que estaba encerrada con nosotros necesitaba diversión, y no tenía con quién estar. Pasé 3 largos e importantes años de mi vida en ese espantoso lugar. Al salir de ahí ya tenía 15 años, los años que se suponían iban a ser los más cruciales y fabulosos de la vida los desperdicié yendo de ciudad en ciudad, viendo a mi padre trabajar como loco y luego encerrado en el funesto laberinto, privado de mi libertad. ¿Quién disfruta una vida así? Nadie. Llegó un momento en que él iba por su lado y yo por el mío, ni nos determinábamos. Yo no le iba a hablar, estaba furioso para hacerlo. Pero una mañana él se quitó el orgullo de encima y me dijo:

-¡Ícaro, Ícaro, ya sé cómo vamos a salir de este infierno!

Ya había escuchado esas palabras muchas veces; simplemente me di media vuelta y me alejé. Por dentro me estaba muriendo, solo quería salir corriendo a sus brazos y volverle a decir que lo amaba, pero no, mi orgullo era muy alto como para hacerlo. A él no le importó mi reacción y siguió con sus planes, solo trabajaba día y noche, otra vez, parecía que esa vez sí iba en serio. Él usaba miel, plumas y palos. Yo no entendía lo que estaba haciendo, nunca lo había visto hacer otro invento con esos materiales. La curiosidad me mataba, ya que quería saber qué era eso y si iba a funcionar.

La noción del tiempo en ese lugar se perdía, pero calculando, solo calculando, pasaron 3 o 4 meses para que acabara su invento. Al finalizarlo me llamó y me lo mostró. Eran dos grandiosas alas, bellísimas y blancas. Yo, con voz tímida, le dije:

-¿Para qué son?

Él, muy entusiasmado, lo notaba en sus ojos, me lo explicó todo, con comas y puntos. A mí personalmente me pareció una idea demasiado loca y riesgosa, mas no mencioné nada. Él quería que saliéramos de allí lo más rápido posible. Parte del plan era salir al amanecer, justo cuando hacían cambio de turno los hombres de afuera. Yo tenía mucho miedo, también estaba ansioso, y en lo profundo, orgulloso de mi padre. Esa noche no pude dormir pensando en el siguiente día, en qué iba a pasar con nosotros. Otra vez recordé  cuando nos mudamos sin saber cuál sería nuestro destino. Dormí muy poco, estaba cansado. Cuando logré conciliar sueño profundo, el primer rayo de sol tocó mi rostro, lo que indicaba que era hora. Estaba muy emocionado, mi alegría era notable. Ese primer rayo de sol me despertó de esa pesadilla de 6 años, 6 largos y feos años, tomé mis alas, y cuando iba a emprender vuelo, mi padre me detuvo y me habló con esa voz suave y cálida con que me hablaba cuando era apenas un niño:
Dédalo atando las alas a Ícaro
(Pyotr Ivanovich Sokolov (1753—1791).
-Hijo, recuerda que siempre te he amado y siempre lo haré. Espero que después de este momento todo sea diferente y podamos volver a ser una familia feliz. Pero recuerda: no vueles tan alto porque la miel con la que hice las alas se derretirán, ni vueles tan bajo porque el agua las puede dañar.

Yo le entendí claramente, pero no estaba seguro de hacerlo. Entonces miré el cielo y mi padre me tomó de las manos y me dijo:

–Vamos. 
Tomé valor y comencé a volar. Me sentía fantástico, era asombroso. Me sentí libre. Me sentí con el derecho de hacer lo que quisiera. Era un amanecer. El cielo no tenía un color definido. Era como rojo, naranja, azul, rosado, morado. Era asombroso. Me sentía como un fénix, libre de hacer lo que quisiera. Me sentía invencible y justo por eso cometí mi mayor error, del cual me arrepiento con el alma. Nada me detuvo de subir y subir. Casi tocaba el sol, me sentía más libre que nunca después de ese encierro total. No caí en cuenta que iba muy alto y cuando quise bajar, no pude, ya era muy tarde, caí y caí como lo hizo Talos. Yo sabía que ese era mi último día de vida, que ese era mi fin. Me costó mucho tiempo entenderlo bien, yo no sentí ningún dolor, solo vi mi cuerpo tirado en el mar boca abajo, y no entendí cómo me podía ver, pensé y pensé, vi que mi padre lloraba y seguía sin entender, intenté decirle que yo estaba bien, que estaba a su lado pero no me escuchaba, me tiré en la arena y lloré mucho tiempo. Después de eso logré entender qué pasaba, abracé a mi padre, y al  morir, bajé al hades.  
Hoy, desde este siniestro lugar, ruego que mi padre escuche estas palabras. Yo estoy bien, ya superé ese trauma, ya soy un alma invencible y libre, lo que siempre soñé, ya no me preocupo por mi futuro.
La caída de Ícaro(Carlo Saraceni)

domingo, 12 de octubre de 2014

LA EDUCACIÓN DE AQUILES.

Calístrato


1. Cervatillos y liebres, tales son ahora las presas de caza de Aquiles, del mismo héroe que en Ilión capturará ciudades y caballos y ejércitos, y habrá de enfrentarse con ríos cuyo cauce tratará de frenar; y como premio a tanta hazaña se llevará a Briseida y a las siete doncellas de Lesbos, junto con oro, trípodes y prestigio ente los aqueos. En cambio, aquí la recompensa por las gestas realizadas junto a Quirón consiste en manzanas y miel y tú, Aquiles, bien te contentas con tan pequeños regalos, tú que un día desdeñarás ciudades enteras y emparentar con Agamenón. El Aquiles que lucha en el foso, el que con su sola voz pone en fuga a los troyanos, el que mata a diestro y siniestro y tiñe de rojo las aguas del Escamandro, el de los caballos inmortales, el que arrastró a Héctor, el que rugió de dolor sobre el pecho de Patroclo, ése ya fue pintado por Homero, quien lo presentó también cantando, orando y recibiendo en su tienda a Príamo.

2. Este Aquiles, en cambio, es una criatura, no consciente aún de su valor, a quien Quirón alimenta con leche, médula y miel y aparece pintado como un niño tierno, pero ya arrogante y ligero. La pierna del niño es recta; sus brazos, largos, hasta la rodilla –brazos de ese tipo son excelentes para la carrera–; su cabellera es suave y está suelta y el céfiro parece entretenerse en revolverla, de modo que, al caer sus mechones de formas diferentes, va cambiando el aspecto del muchacho. Su frente denota ya arrogancia y energía, pero mitigada por una mirada inocente y por unas encantadoras mejillas que esbozan una delicada sonrisa. La clámide que lleva es, según creo, regalo de su madre, pues es hermosa y su color es el púrpura marino con destellos rojos y sombreado con azul oscuro.

3. Quirón lo lisonjea por cazar liebres como un león y por rivalizar en carrera con los cervatillos. Lo cierto es que acaba de capturar un cervato y, dirigiéndose a Quirón, solicita un premio. El maestro se alegra ante semejante solicitud, dobla sus patas delanteras para estar a la altura del niño y le ofrece, sacándolas de su regazo, lustrosas y fragantes manzanas –hasta el aroma parece pintado; también le tiende con la mano un panal chorreante, fruto de la labor de las abejas, pues, cuando éstas encuentran buenos prados, engorda, y entonces los panales se llenan hasta rebosar y las celdillas vierten miel.

4. Quirón está pintado cabalmente como un centauro. No es que sea nada del otro mundo combinar un caballo con un hombre, pero unirlos y hacérnoslo llegar fundidos en un solo ser, de amera que escape de los ojos del espectador dónde empieza y acaba cada uno, lo juzgo propio de un excelente pintor. La gentileza que se advierte en la mirada de Quirón es producto de la justicia que inspira su vida, pero también de la lira, cuya música ha contribuido a civilizarlo. Sin embargo, si Quirón muestra una expresión tan afable es porque, sin duda, sabe que ello tranquiliza a los niños y los alimenta mejor que la leche.

5. Esto es lo que ocurre a la entrada de la cueva. En cuanto al niño que está en la llanura, jugando a montar caballo sobre el Centauro, es el propio Aquiles. Quirón le está enseñando equitación, sirviéndose para ello de sí mismo, e imprime en su carrera un paso que el niño pueda soportar; volviendo a la cara, sonríe a Aquiles, que se divierte lo indecible, y solo falta que le diga: “Mira cómo galopo sin que me espolees. ¡Si hasta soy yo quien te anima a ti! Un caballo de verdad es un animal fogoso y no incita a la risa. Aunque yo te haya enseñado tan delicadamente a cabalgar, oh niño divino, y te hayas acostumbrado a una montura como yo, tiempo vendrá en que llevarás las riendas de Janto y Balio, y entonces conquistarás muchas ciudades y matarás a muchos hombres, dando alcance a todos los fugitivos”. Tales palabras dice Quirón al niño, profetizando cosas bellas y favorables, no como las que diría Janto.

domingo, 26 de enero de 2014

ORFEO

Eugenio Montejo – Venezuela

Orfeo, lo que de él queda (si queda),
lo que aún puede cantar en la tierra,
¿a qué piedra, a cuál animal enternece?
Orfeo en la noche, en esta noche
(su lira, su grabador, su cassette),
¿para quién mira, ausculta las estrellas?
Orfeo, lo que en él sueña (si sueña),
la palabra de tanto destino,
¿quién la recibe ahora de rodillas?

Solo, con su perfil en mármol, pasa
por entre siglos tronchado y derruido
bajo la estatua rota de una fábula.
Viene a cantar (si canta) a nuestra puerta,
a todas las puertas. Aquí se queda,
aquí planta su casa y paga su condena
porque nosotros somos el Infierno.

ODISEO

(Waldo Leyva - Cuba)

No puedo asegurar si estoy partiendo
o si he llegado al fin donde quería.
El olor de la tierra es familiar,
no me resulta extraño el árbol,
ni la garganta migratoria de los pájaros.
Los espejos de agua
me devuelven un rostro indescifrable.

¿Alguien me vio partir?
¿Alguien me espera?

En la memoria del porvenir
yo seré el que regresa,
y en la piel, junto al salitre
y ciertas mordeduras incurables,
tendré tatuado el ruido de la sombra
y el silencio que dejan las batallas.

¿Soy el único sobreviviente del naufragio?